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Los diálogos íntimos de 'Nathan el sabio' se dispersan en la inmensidad de la Cour d'Honneur

Más de 5.000 artistas desfilarán hasta el 2 de agosto por el 51º Festival de Aviñon

Con las trompetas resonando en la Cour d'Honneur del palacio de los Papas se inauguró el jueves en Aviñón la 51º edición del festival iniciado por Jean Vilar en 1947, cuando Francia atravesaba una posguerra marcada por una demoledora crisis de valores. Cincuenta años después, y afrontando el auge del Frente Nacional de Jean Marie Le Pen, el Festival de Aviñón apuesta por el canto a la tolerancia de Nathan el sabio, obra representativa del Siglo de las Luces alemán, de Gotthold Ephtaim, Les sing, que ha dirigido el quebequés Denis Marleau. Una obra, políticamente correcta a cuya estructura, basada en el diálogo íntimo, no le favorece la inmensidad del es cenario del palacio de los Papas.

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De políticamente correcta cabe calificar la elección de Nathan le sage para inaugurar el festival y presentar a los primeros dio los 5.000 artistas que transitarán, en dura competencia y hasta el 2 de agosto, por la ciudad de los papas. No sólo en el actual contexto político francés puede calificarse Nathan el sabio de políticamente correcta (es preciso recordar que la Alemania nazi prohibió su representación), sino también en el contexto europeo y mundial, donde el reto para las próximas décadas se sitúa en la unidad dentro del respeto a las diferencias.Considerada testamento intelectual de Lessing, escrita en 1779, dos años antes de la muerte del gran ideólogo del teatro alemán, Nathan el sabio surge de una crispada polémica teológica en la que Lessing defendía el ideal de la tolerancia. Concebida como obra pedagógica, el grueso de la pieza se centra, más allá de la intriga descabellada, en el desarrollo ideológico de los diálogos. El punto culminante, con el encuentro del judío. Nathan y el sultán Saladino, se centra en el cuento de Boccaccio de los tres anillos, parábola de las tres religiones de El libro y de su idéntico valor moral.

A su regreso a Jerusalén, el rico y sabio Nathan descubre que su hija ha sido salvada de un incendio por un joven templario que luego se niega a verla por su condición de judío. Por su parte, el templario ha sido salvado de una ejecución porque a Saladino le recuerda a un hermano desaparecido. La tolerante sabiduría de Nathan favorece el encuentro de los jóvenes e inevitablemente nace el amor, aunque perturbado por la distinta adscripción religiosa. ¿Cuál no será, pues, la sorpresa de todos al descubrir que no sólo son hermanos, sino también hijos del hermano desaparecido de Saladino? La obra, en cinco actos, se desarrolla en diálogos íntimos de dos, tres personajes, y éste es, seguramente, uno de los principales problemas para su representación en la inmensa Cour d'Honneur.

Un tablero de ajedrez

La puesta en escena, con escenografía del artista plástico canadiense Michel Goulet, propone un tablero de ajedrez en el que las piezas avanzan hacia las tablas de la tolerancia. Alfondo, diferentes estructuras tubulares, como edificios de alambre, remiten -la media luna, la estrella de David y la cruz- a las tres religiones. En el centro, un tortuoso recorrido de escaleras y pasarelas es el camino que conduce a la casa de Nathan, metáfora espacial de su sabiduría. A ambos lados, las plataformas móviles -avanzan y retroceden cuando en ellas se desarrolla la acción son las casillas del islamismo y el cristianismo. Con todo, y pese a la inteligente formalización del espacio conceptual, la escenografía resulta algo frígida y ampulosa y acaba siendo monótona.La dirección escénica de Denis Marleau -triunfador el año pasado con su montaje Maitres anciens, de Thomas Bernhard- se abona de tal modo a la lentitud, trufada de silencios reflexivos e interrumpida: por constantes tiempos muertos, que acaba induciendo, a lo largo de las cuatro horas largas del montaje, a una inevitable somnolencia. No es, por otro lado, una pieza de convicción en la actual polémica de la tolerancia. Es demasiado pulida, demasiado estética, demasiado autosatisfecha y acaba pareciendo un canto a la (más que dudosa) bondad de Occidente, que en todo caso puede presumir de tolerante. prepotencia. Con todo, y pese al tufillo de grandeur, es innegable la calidad del montaje y la excelente interpretación de los protagonistas: Sami Frey (Nathan), Anne Caillére (la hija), Serge Dupire (el templario) y Aurélien Recoing (Saladino), secundados por Christine Murillo (Daja), Micheline -Bernard (Sittah), Gabriel Gascon (derviche y patriarca cristiano) y Philippe Faure (el monje). Excelentes, pero no espectaculares.

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