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¿Puede evitarse la vía americana?

"En 1997, para los políticos, los economistas y quienes toman decisiones en todo el planeta, ya sólo se tratará de saber si es razonable tomar una vía diferente a la de Estados Unidos para contener el paro, crear empleo, aumentar las inversiones, el consumo y el crecimiento". ¿Quién es el autor de estas palabras? ¿Bill Clinton en la reunión de Denver, la del Grupo de los Siete, convertido en Club de los Ocho? En efecto, tiene el espíritu del discurso de proclamación del presidente estadounidense. Pero la frase citada data de noviembre del año pasado. Procede del presidente de la Fundación Rockefeller.Según este especialista en previsiones económicas, la reelección del presidente estadounidense tenía su origen en gran medida en la prodigiosa recuperación de la economía. Añadía que la amplitud y la imprevisibilidad de esta recuperación proporcionaría material para pensar al mundo entero y, en particular, a todas las naciones europeas.

¿Los resultados? Más de once millones de nuevos empleos, de los cuales sólo un tercio puede considerarse como "precario", menos de un 5% de paro, un 3,5% de crecimiento con un presupuesto reducido, unos créditos cómodos y un aumento de las inversiones de entre el 14% y el 15%. Un crecimiento que tiene más de siete años, sin que se perciba signo alguno de un nuevo aumento de la inflación. Por último, en lo que respecta a las llamadas industrias del siglo XXI (tecnologías de la información e industrias de la cultura), tanto japoneses como europeos temen que los estadounidenses cuenten con una ventaja irrecuperable.

De hecho, ante tales resultados, los países en crisis no han podido eludir la obligación de estudiar el espíritu y los medios, pero también el coste y las contrapartidas de esta recuperación. La mayoría de los expertos se ha inclinado ante la eficacia del downsizing, expresión que puede aplicarse a lo que en Francia se llama reestructuración ("desengrasar" el despido), pero también la flexibilidad y la predisposición a los trabajos temporales y los cambios de oficio.

No obstante, las primeras voces queja cuestionaron se escucharon en EE UU. Por un lado, y de nuevo, por parte de la Fundación Rockefeller: "El coste social del milagro económico ha sido enorme. Antes de que aparecieran los resultados, la explosión habría podido surgir de cualquier parte, y, en primer lugar, en razón de la disparidad de ingresos y del aumento del número de pobres y de personas excluidas. Es necesario encontrar una nueva vía".

Por otro lado, varios ensayistas estadounidenses habían suplicado a las élites europeas para que abandonasen su cultura dirigista y emanciparan la iniciativa y la responsabilidad, pero al mismo tiempo para que no adoptasen los métodos estadounidenses. Uno de ellos, Benjamin R. Barber, llegó incluso a temer que el exceso de poder de su país le condujese, en razón del monopolio en la comunicación, a una hegemonía uniformizadora y mediocre, si no bárbara, sobre un mundo bajo su influencia.

Según estos ensayistas, correspondía a Europa inventar soluciones para la crisis que fueran acompañadas de una resistencia a la lógica niveladora de la hegemonía de: EE UU. Hoy, varios economistas, en especial de las universidades de StanfOrd y Harvard, descubren en la incorporación a. la social-democracia de una docena de países europeos la idea de que los Gobiernos de esos países han comprendido que ésa era su misión. Recuerdan que los teóricos qué formaron al joven Tony Blair en Gran Bretaña no se definen a sí mismos de otra manera. Y sobre todo admiran el "modelo holandés".

¿Cómo obtener los mismos resultados que EE UU sin adoptar sus métodos y ahorrándonos el célebre coste social? Margaret Thatcher no se planteó la pregunta. Puede incluso decirse que hizo prueba de un liberalismo más exacerbado y de un capitalismo más salvaje que el de los estadounidenses en tiempos de Ronald Reagan. Privatizó, desreguló y redujo los impuestos por doquier, reservándose el recurso a la autoridad y firmeza del Estado sólo para reducir la fuerza de los sindicatos o librar la guerra de las Malvinas.

Aunque supo crear en su país la primera sociedad con dos velocidades del mundo occidental, no fue desautorizada por el pueblo y dejó el poder tras 11 años de reinado únicamente debido a la hostilidad de su propio partido. Puede decirse por tanto que la única víctima simbólica del thatcherismo fue John Major y no Margaret Thatcher. Durante su campaña, el candidato Tony Blair, con habilidad, por cierto, reservó sus ataques para John Major, sin dudar en afirmar por otro lado que no se replantearía varias de las medidas más "liberales" de la querida Margaret.

La paradoja es que en Denver, Chirac, Kohl, y Prodi encarnaban la resistencia al americanismo más que Tony Blair. Y, al menos, al mismo nivel como lo hubiera hecho el nuevo primer ministro francés. Visto desde EE UU, el colbertismo gaullista no es tan diferente del dirigismo socialista. La preocupación por mantener el Estado providencia con, su protección social y su filosofia asistencial, la importancia concedida a la singularidad histórica y a la excepcionalidad cultural, por no hablar de la idea de que Francia tiene una misión de liderazgo no sólo en Europa, sino, a partir de ahora, también en África, todo esto, ahora que los comunistas ya no dan miedo a los estadounidenses, produce en estos últimos la impresión de que sólo existe una Francia y de que es tan incorregible como irrecuperable. Además, cuando Charles Pasqua dice que podría haber escrito la primera mitad del discurso de Lionel Jospin, dice "su" verdad.

En todo caso, es verdad que la historia condena a Jospin a una misión que probablemente no esperaba. Por mucho que reclame con hábil modestia el derecho a equivocarse, por mucho que se conceda tiempo para hacer inventario y reflexionar, no podrá evitar que, en el próximo otoño, le corresponda tomar unas opciones que son tan filosóficas como políticas y que le costarán mucho. No hay nada más reconfortante y refrescante que lo que supo decir sobre la conveniencia de un pacto republicano, y su sinceridad, hecha de autoridad y de sencillez, llega a unos electores convertidos de pronto en ciudadanos. Sin embargo, en el nombre de su propia exigencia, deberá echar mano de esa pedagogía que forma parte de aquellos que están al servicio de la República. Por ejemplo, será necesario que diga cuáles son los métodos elegidos para que, dentro de unos años, los franceses no viajen sólo con British Airways y no estén condenados a utilizar la red telefónica de British Telecom. No son más que dos ejemplos, pero dan testimonio de una opción fundamental.

¿Por qué esta opción es tan difícil? Nuestras élites tecnocráticas, las que hoy se alarman por el declive de Francia y por la incultura de los Gobiernos, ¿han hecho verdaderamente todo lo' Posible para cumplir su función pedagógica? ¿No han sido las primeras en citar las virtudes de la planificación y las "ardientes obligaciones" de la Administración centralizada por los grandes cuerpos del Estado? ¿No atribuyeron al dirigismo tecnocrático una parte de los méritos de esos "30 gloriosos" años durante los cuales nadie en todo el planeta ni en la historia fue tan feliz como los franceses?

Ahora mismo, no sé si les preocupa decimos cómo podremos recurrir a los métodos estadounidenses sin pagar el coste social, que en EE UU se ha traducido en la pobreza de 20 millones de blancos y de 10 millones de negros, la población reclusa más numerosa del mundo, la protección social más débil, la implosión del sistema educativo, el crimen y la droga en los guetos urbanos. La fuerza de aquello que llamamos arcaísmo radica en las equivocaciones excesivamente indecentes de lo que llamamos modernidad. De ahí la importancia, en efecto, de la invención democrática y de la responsabilidad de Europa. Las terribles equivocaciones de los resultados económicos estadounidenses condenan el liberalismo y deberían haber llevado a Clinton a tener menos arrogancia. Pero ya no pueden ser la coartada de la nostalgia dirigista de los europeos y sobre todo de los franceses.

Jean Daniel es director del semanario francés Le Nouvel Observateur.

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