Spoleto repone una ópera de Korngold en un clima de Hitchcock
Pavarotti y Cortés comparten escenario
Prueba de que al Festival de Spoleto le queda poco del espíritu innovador con que nació hace 40 años, es que la actual edición ha sacrificado su presupuesto a un acontecimiento tan star system como la velada que Luciano Pavarotti y Joaquín Cortés ofrecerán hoy lunes a Glancarlo Menotti, fundador y director del festival, enfrentado desde hace años con el Ayuntamiento que financia el certamen. Pero el anciano compositor todavía logra ofrecer alguna sorpresa en línea con el carácter pionero de las primeras programaciones. Es el caso de la excelente representación de Die tote stadt (La ciudad muerta), ópera de Erich Wolfgang Korngold, que destaca en el festival de este año.
La experiencia vale la pena, porque es un ejemplo perfecto de cómo revitalizar el maltrecho mundo del teatro lírico. La ciudad muerta, estrenada en 1920, refleja el momento clave en que éste sufrió el impacto inexorable que la llegada del cine produjo en todas las artes. Es sabido que, por su capacidad de sintetizar una situación dramática en poquísimos compases, Giacomo Puccini, fallecido en 1924, anticipó la característica expresiva del nuevo medio, de forma que sus óperas son todavía hoy una fuente inagotable de música para el cine. El austriaco Korngold se convirtió, en cambio, en un servidor de éste.Nacido en 1897, Korngold falleció en 1957 tras haber obtenido dos Oscar a la mejor banda sonora de películas como Las aventuras de Robin Hood, rodada en 1938. Todo ocurrió después de que hubiera de emigrar de su país natal debido a que era judío. Pero desde sus años de niño prodigio, la música de Korngold tuvo teatralidad y eclecticismo descriptivo.
Tensión
La ciudad muerta es un drama íntimo típico de los primeros años del psicoanálisis, en el que un oscuro ciudadano de Brujas se debate entre la fidelidad a la esposa muerta y la pasión por una bailarina vulgar que afronta lleno de remordimientos religiosos. Ambientada en el siglo pasado, como quiere el libreto, resultaría una antigualla. Pero el director. de escena Gunter Kramer ha tenido la feliz idea de devolverla al mundo cinematográfico en el que sucumbió Korngold. La esposa muerta se convierte, así, en la Kim Novak de Vértigo, de Hitchcock; la bailarina parece una Marilyn entrada en kilos, y el amigo asesinado, un sucedáneo de Marlow. Claroscuros, contraluces, telones velados que dan una: dimensión plana al escenario prestan al drama la tensión de una película de suspense. La música brilla en una interpretación dirigida por Steven Mercurio.
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