Una noche como otra cualquiera
Los hongkoneses asistieron sin pasión ni grandes actos de protesta al "espectáculo del siglo"
Causeway Bay, isla de Hong Kong, 30 de junio, 20.40. Apenas extinguidos los últimos fuegos artificiales del Imperio, la gente que había acudido al espectáculo de la iluminada Bahía de Hong Kong se disolvió por las calles de la isla. Maggie C., no olvidó a nadie: su bebé de nueve meses, su hija de dos años y medio... Se llevó a toda la familia, pese a lo tardío de la hora, para presenciar lo que definió como "el espectáculo del siglo". Pero luego, se dio prisa para coger el autobús que la llevara a casa, al este de la isla. Como Maggie, todos parecían deseosos de volver a su casa. Como si fuera una noche normal. ¿Un ambiente de fiesta en este barrio, uno de los más populares de Hong Kong? No del todo. Algunas familias y algunos jóvenes salieron a las calles. Pero no existió ninguna manifestación espontánea de júbilo. No se sacó a las calles ninguna bandera china, ni de la nueva Región Administrativa Especial. Hay quienes aprovecharon que numerosos comercios seguían abiertos a esa hora de la noche para realizar compras. En definitiva, lo de siempre.El despliegue policial fue tal que todo movimiento de gente parecía canalizado, por no decir controlado. "Ningún policía ha tenido permiso esta noche", manifestó uno de los 20.000 agentes movilizados por el acontecimiento. Hubo, eso sí, algunas manifestaciones aisladas de descontento como la de medio centenar de personas reagrupadas bajo la Alianza por el Mantenimiento del Movimiento Democrático y Patriótico en China Popular, el movimiento que conmemora la masacre de Tiananmen, que se manifestaron para pedir a los jerarcas chinos presentes en las ceremonias, la libertad de todos los disidentes y el fin del sistema de partido único en China. Posteriormente, también algunos representantes del Grupo Cinco de Abril, que se opone al poder central de Pekín, se enfrentaron con las fuerzas de policía que protegían el centro de conferencias donde se desarrollaban las ceremonias oficiales.
En la plaza de la Estatua, cerca del Consejo Legislativo (Legco), cuya existencia iba a terminar dos horas más tarde, todo parecía extremamente tranquilo y controlado a las diez de la noche. Una federación de una treintena de organizaciones no gubernamentales por la defensa de los derechos humanos había montado un pequeño puesto, en el que cantaban algunos organizadores, que lanzaban consignas en favor de la autodeterminación de los pueblos. Pero esta llamada parecía atraer a más a periodistas que a ciudadanos de Hong Kong.
Sólo tras la ceremonia de retrocesión, hacia la una de la madrugada, los demócratas lograron agrupar a varios centenares de simpatizantes. Martin Lee, el líder del Partido Demócrata, pudo hacer su discurso desde el balcón del Legco que finalmente estuvo abierto en contra de lo anunciado con anterioridad. De este modo se evitó que Lee tuviera que recurrir a la escalera de nueve metros de que se había provisto para acceder a su ansiada tribuna.
Hacia las dos de la mañana, las calles de la ya ex colonia estaban tranquilas y quienes proseguían la fiesta en los bares de Wanchai eran sobre todo extranjeros. Los. habitantes de Hong Kong prefirieron quedarse en sus casas.
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