Los vascos plantaron cara al secuestro con cientos de manifestaciones y actos de protesta en la calle
La sociedad vasca ha conseguido imponer su dinámica de paz en la calle durante el tiempo que ha durado el secuestro de Cosme Delclaux. Si ETA aprovechó el tiempo que mantuvo en su poder al industrial José María Aldaya para plantear un verdadero pulso a la ciudadanía, imponiendo a sus grupos afines una dinámica de represión social sin precedentes, en los últimos meses tan sólo se ha producido algún atisbo de irracionalidad y violencia. Independientemente de la violencia callejera, la presión no ha podido frenar la victoria que los ciudadanos han conseguido día a día.
"La situación ha cambiado de manera radical", asegura un pacifista que comparte semanalmente y en silencio las escaleras de la Diputación Foral de Álava con los cargos públicos y funcionarios que se concentran para protestar contra los dos últimos secuestros de ETA: el del industrial Cosme Delclaux, finalmente liberado esta madrugada, y el del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara.Desde la época en que los pacifistas navarros, guipuzcoanos alaveses o vizcaínos tenían que aguantar no sólo los insultos y los escupitajos, sino el lanzamiento de todo tipo de objetos como tuercas y piedras o el acoso en la calle por llevar el lazo azul, se ha pasado a una presión controlada, sin estridencias, y a la sensación de que ya no existe la amenaza permanente de los intransigentes.
Símbolo testimonial
Es como si a ETA le preocupara más en este momento el proceso en el Tribunal Supremo contra la Mesa Nacional de Herri Batasuna, y además hubiera comprobado que es imposible ahogar el clamor popular contra la violencia. También es cierto que el lazo azul es un símbolo más testimonial que efectivo, y que eso lo ha conseguido la doble batalla psicológica de "socializar" el temor y la física de extender el sufrimiento. Dos estrategias que posiblemente han limitado la generalización del movimiento pacifista, pero de ninguna manera han paralizado su extensión.La técnica de la contramanifestación que durante el secuestro de José María Aldaya fue llevada al máximo nivel intimidatorio y de agresiones, se ha transformado en un gesto casi residual. Y si ni siquiera entonces pudieron con el movimiento ciudadano pacifista, en estos momentos la reafirmación es aún mayor entre quienes dan la cara día tras día en pueblos y ciudades. Todos ellos han ganado contra viento y marea un espacio por la paz que aunque no haga reflexionar ni al mundo ni al entorno político de ETA, al menos sirve para demostrar que esa batalla contra la intransigencia ha sido ganada al más puro estilo Gandhi: silencio, valor, resistencia y aguante. Día a día, centímetro a centímetro.
Todo ello no quiere decir que durante el secuestro de Delclaux no se hayan producido agresiones, presiones y toda clase de movimientos destinados a frenar la fuerza social. Recientemente fueron increpados y empujados dos ancianos en Bilbao por llevar el lazo azul; el concejal y parlamentario del PP de Llodio, Carlos Urkijo, ha sido amenazado y bautizado como el enemigo público número uno de los trabajadores por el apoyo prestado a la familia Delclaux. Y por si todo esto fuera poco, en febrero, un grupo de contramanifestantes amenazó a varios cargos públicos en Álava con "tiros para todos".
A pesar de todo, no lo han conseguido. Las manifestaciones y actos pacifistas, también es cierto que menos intensos y cuantiosos, siguen aguantando de pie horas y horas, o recorriendo kilómetros y kilómetros, en esa especie de carrera de fondo hacia la paz que los enemigos del País Vasco obstaculizan con todos los medios a su alcance.
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