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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Pequeño filme durísimo

Al equipaje del excéntrico (y con pinta de ser un obstinado buscador de lo incatalogable) cineasta australiano Rolf de Heer hay que añadir ahora La habitación silenciosa, una densa, agobiante, curiosa y a ratos sorprendente incursión en el llamado minimalisino, que aquí deja de ser la palabra vacía que acostumbra, para alcanzar la condición de película ciertamente casi artesanal que uno pide al celuloide que se acoge a esa prestigiada catalogación, que a veces es nada más que una coartada para encubrir escaseces no de presupuesto, sino de ideas.Pero hay en La habitación silenciosa una pequeñez buscada y algunas veces incluso un poco rebuscada, pero también un cálculo serio y meditado en concordia con lo que Heer pretende contarnos, así como un estilo tan directo, despojado, seco y austero que incluso (y hay razones para deducir que eso es lo que busca el director) repele.

La habitación silenciosa

Dirección y guión: Rolf de Heer. Fotografía: Tony Clark. Música: Graham Tardif. Intérpretes: Chioe Ferguson, Phoebe Ferguson, Paul Backwell, Celine O'Leary. Australia, 1996. Estreno en Madrid: Real Cinema (v. O.).

Bajo la condición casi microscópica del relato y bajo la hechura despojada hasta el ascetismo de su filmación, nos encontramos con un derroche de ambición, considerada ésta no como pasteleo de cuenta corriente, sino como asunto de fondo, pues lo que se propone este estrafalario e inteligente cineasta australiano -una visión inédita de un sórdido naufragio matrimonial y, a través de él, de todo un modelo de convivencia e incluso de sociedad- es de una dificultad extrema: nada menos que el intento de situar en los alcances de la mirada de una niña de tres o cuatro años, que elige la mudez como único refugio contra su entorno agresor, el observatorio del silencioso derrumbe de su mundo, que es obviamente el nuestro.

El resultado de ese ejercicio de pobreza buscada es en La habitación silenciosa casi siempre inquietante y en todo momento dinamitero, pues, bajo el tono suave del relato, sin casi estridencias, discurre paso a paso una muy amarga dureza. La película no es (porque no lo es la imaginación de su director) confortable, pero cuando a ráfagas logra enganchar al espectador, para éste puede llegar a convertirse en un relato casi fascinante por aterrador.

Y por tanto nada recomendable para quienes busquen ante una pantalla un poco de horizonte, de respiro o de alivio. Al contrario, este desazonador filme australiano tiene mucho de disuasorio, y más le vale abstenerse de acudir a él a quien ande estos días detrás de un rato de entretenimiento o necesite una dosis de optimismo, que aquí no va a encontrar. La habitación silenciosa es, más que una película, una encerrona en toda la regla, una metáfora claustrofóbica descorazonadora, refinadamente cruel_y, por tanto, sin atenuantes o paños calientes.

Pero, como ejercicio de estilo en la cuerda floja, al borde de lo imposible, o considerada corno sacudida (de aspecto acariciador y apacible, pero con zonas subterráneas convulsas e impenetrables) de irreverencia, no cabe duda de que La habitación tranquila es un foco de desasosiego, pues segrega al mismo tiempo inteligencia y malestar, esa lúcida incomodidad buscada que arrastran consigo, cuando son auténticos, los intentos de representar un enterramiento en vida de paredes adentro: la institución familiar concebida como antesala de la locura.

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