Zapatos sucios
Según mi asesora en asuntos extranjeros (una muchacha que abre ratoncitos en canal pese a mis reiteradas quejas), los guiris no saben comer pipas. Se las meten entre los dientes y ponen su mejor voluntad, pero son un desastre a la hora de separar el pericarpio de la simiente y no es raro que terminen con el paladar repleto de virutas. No saben comer pipas, por tanto, y probablemente tampoco sepan que en Soto del Real existe una plaza -la más importante del pueblo- que seguirá llamándose "del Generalísimo", por expreso deseo de su alcalde.Con buen criterio, los alemanes llevan años y años tratando de olvidar a Hitler, los rusos, a Stalin, y los romanos, a Nerón; pero aquí, en Soto del Real, no. Aquí, el alcalde (José Luis Sanz, del PP), no reniega del pequeño militar y ha rechazado una iniciativa de IU que pretendía adecentar el nombre de la plaza. "Yo no estoy de acuerdo con el cambio -dice el alcalde- porque, primero, a mí no me consta que haya tanta demanda social en el pueblo que lo pida y, además, creo que en Soto hay temas más importantes e imperiosos por hacer que cambiar el nombre de la plaza". Cierto, señor: siempre ocurre lo mismo. Siempre, en todo momento, en todas partes y en toda circunstancia existe algo más importante e imperioso que desmerece cualquier otra iniciativa. Siempre hay alguna urgencia superior flotando a nuestro lado. Siempre, alcalde, cerca, hay alguien triste. E incluso, muy triste. Pero, una de dos: o bien habla usted en su calidad de habitante del nirvana o bien nos está llamando imbéciles. Y yo, por intuición, sospecho que se trata de lo segundo. Sea. Nada que objetar, en principio, salvo quizá una observación de tipo descriptivo: atendiendo a su argumento, a fecha de hoy no habría en el mundo bolígrafos, ni sonetos, ni cines, ni papel higiénico, ni vestidos de princesa, ni triciclos, ni jardines, ni farolas, ni calles, ni mecheros, ni cepillos de dientes, ni estanterías, ni buen humor, ni nada de nada ya que, siempre, sin remedio, otros males (el hambre, la angustia o la enfermedad, por ejemplo) desautorizarían el impulso humano de actuar. No creo equivocarme si afirmo que usted usa crema de zapatos. Y le felicito por ello: llevar los zapatos limpios está muy bien, aunque todavía estaría mejor proporcionarle techo a un vagabundo o atender adecuadamente a los viejos. Le ruego, por tanto, en señal de buena voluntad, que a partir de ahora, su calzado no brille más de la cuenta.
Nunca he visitado Soto del Real, pero creo que ya va siendo hora de pasarme por allí. Sé que el pueblo está cerca del embalse de Santillana, entre sierras, y no parece mala excursión. Eso sí: no pienso comprar nada en una plaza con un nombre tan feo. Ni regaliz, ni nada. Y todavía más: sí pienso comprar cosas cerca de la plaza, aunque no en la plaza, para que todos me vean y entiendan el gesto. Tiembla usted, señor alcalde, y con razón, ya que es muy probable que mi amenaza haga reaccionar a los comerciantes de la zona, los cuales, a buen seguro, le presionarán de modo insoportable. A fin de cuentas, usted se lo ha buscado: por cabezón y pendenciero. Dígame: ¿dónde está la trampa? ¿A qué viene tanto cariño hacia el matarife en cuestión? Supongo que ya le habrán informado, pero así y todo, quiero recordarle que su protegido organizó una refriega en 1936, con pistolas de verdad, y que apagó la vida a millones de seres humanos, entre los que no ha de faltar algún vecino de su pueblo. Ni se empecine: cambie cuanto antes esa placa, riegue las plantas y siéntase mejor. No se deje adormecer por los serviles de turno. No atienda a los gorgoritos de esa gente que ahora le jalea y le da palmaditas en el hombro: "Bien, Pepe, cojonudo..." y tal. No les haga caso vuesa merced: son personas enfermas y mienten a través del corazón. Y por cierto, señor, hablando de mentes planas: ¿No le parece a usted un poco excesivo el término generalísimo? Personalmente, lo considero revoltoso y procaz, subversivo incluso, ya que esta moda de extenderse entre el vulgo, podría acabar llenando España de fontanerísimos, carpinterísimos, enfermierísimos y de otros muchísimos ísimos que, a la postre, resultarían imposibles de controlar. Un desorden, en definitiva, lo cual, ojito, a Él, le daba alergia. Le hemos cazado, señor alcalde.
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