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La blusa "gay"

Vicente Molina Foix

Primero dos historias de sexismo vestimentario. Dos turistas varones pasan por Calahorra en un día de fiestas, y como hace calor llevan el pecho descubierto y debajo esos pantaloncitos cortos de explorador, con cómodos bolsillos exteriores. A todo esto salen de una taberna los mozos del pueblo, bastante colorados de alcohol pese a que es temprano, y al cruzarse con los forasteros exclaman despectivamente: "¡Qué pintas!" Quienes han dicho esto van vestidos con un conjunto blanco de dos piezas rematado, al modo riojano, por una gran boina y un fajín rojo tan chillón que ni las más conspicuas drag queens de Río de Janeiro se atreverían a lucirlo. La segunda también es verídica y pasó la semana pasada: la Coordinadora Gay de Alava ha anunciado su conmemoración del Día Internacional del Orgullo Lésbico y Gay con un cartel en el que dos muchachos ataviados como los blusas del lugar (blusón, pañuelo de cuadros anudado al cuello, de nuevo la boina) se besan junto a la efigie del patrono local San Prudencio, los tres bajo el siguiente lema: "Está en nuestras raíces". El cartel ha sido arrancado o rajado en numerosas calles de Vitoria, y un portavoz de la comisión de blusas (sic) justificó así su protesta: "Habrá homosexuales en todos los sitios, pero no sé a santo de qué nos ponen a nosotros. Podían haber hecho el cartel con dos futbolistas o dos toreros".En los próximos días va a haber por la calle mucho homosexual suelto -en los más diversos atuendos- con motivo de esa celebración que recuerda, el 28 de junio, un día fundacional del movimiento de los derechos gay, cuando una multitud enfurecida de neoyorquinos se amotinó ante el bar Stonewall, hartos del continuo hostigamiento policial. Coinciden estos actos con la proyección en nuestras pantallas de un excelente documental, El celuloide oculto, que en sus años de existencia ya ha alcanzado la categoría de pequeño clásico de la tendencia. La película traza con humor y eficacia la historia de una presencia hecha de invisibilidades y disfraces, la de los hombres y mujeres homosexuales en el cine de Hollywood (ya se ha estrenado la réplica británica, A bit of scarlet, y me pregunto si algún osado de la tierra se atreverá a hacer lo mismo con el cine español, que daría lo suyo). A base de retazos cinematográficos y entrevistas, el celuloide oculto muestra la evolución desde los días, no del todo desaparecidos, en que los mariquitas eran los mamarrachos de la comedia, hasta la relativa naturalidad actual, documentando de paso fascinantes episodios de doble sentido: Gore Vidal explica el lado rosa que le dio al guión de Ben Hur, y vemos la cortada seducción en clave de marisco que Laurence Olivier intenta con Tony Curtis en Espartaco.

Destaca en los entrevistados Harvey Fierstein, el autor de la Trilogía de Nueva York y actor ocasional de Hollywood (era el periodista amanerado y con madre que sucumbía a los primeros embates marcianos de Independence Day). Hablando con una pluma tan marcada como la que utiliza al escribir, Fierstein sostiene que la mera aparición del sissy (marica afeminado) en la pantalla, aunque sea estereotipada es valiosa, ya que el homosexual necesita el espejo de una representación que le ofrezca -si vive, por ejemplo, en un pueblo perdido del Medio Oeste o en Calahorra- imágenes de su diferencia. Quiere esto decir que Fierstein quizá aprobaría la para mí insultante -además de ínfima- Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí, ante la que muchos homosexuales españoles guardaron cola para verse descritos como locas cobardes, embusteras, lloronas y cubiertas de maquillaje. Mucho más sustancial es lo que Fierstein dice respecto a su adolescencia, cuando traducía a su incipiente instinto amores del cine normal. Hoy, por el contrario, espectadores heterosexuales se le acercan para decirle lo retratados que se vieron en tal comedia suya de fondo gay. Ésa es la moraleja del relato: cuando sea común la "doble traducción" sentimental entre personas de diferente gusto sexual (la artística ya existe, pues todos disfrutamos sin cuestión las grandes obras producidas por la acera que está frente a la nuestra) resultará más fácil aceptar también los modos ajenos, aunque vengan con el vestido propio de Lagartera.

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