Un Globo de madera para Shakespeare

En 1949, un actor norteamericano entusiasta de Shakespeare llegó a Londres, y antes que un trabajo se puso a buscar las huellas del teatro donde su ídolo escribía, interpretaba y vivía. Pero no las encontró. Una placa de bronce en el muro de una destilería era el recordatorio único de que en aquel lugar del sur de Londres se había alzado El Globo y los más importantes teatros al aire libre del tiempo isabelino -El Cisne, La Esperanza, La Rosa-, en los que durante casi cincuenta años (hasta que la guerra civil de 1642 y el posterior triunfo de los puritanos los mantuvo cerrados 18 años) se desarrolló una de las más grandes etapas de la creación escénica universal.El norteamericano se llamaba Sam Wanamaker y era un buen actor (aún le recuerdo en su papel de duro en la gran película de Losey El criminal), pero vamos a recordarle más a partir de ahora por el sueño que tuvo al ver con decepción aquella pobre placa de bronce allí donde la poesía dramática alcanzó siglos antes su cima más alta. A lo largo de 25 años, Wanamaker se propuso recrear de manera fiel y productiva, es decir, no como un museo, sino como espacio teatral, el antiguo anfiteatro donde Shakespeare y otros después que él salieron bajo la luz del día a decir los versos trágicos y cómicos ante una concurrencia que pagaba un penique para ver de pie las funciones, dos para hacerlo sentados bajo techado y tres los más pudientes con tal de asegurarse un asiento con colchoneta y un sitial donde ser vistos.

Nueva etapa

Después de dos semanas de preestrenos y actividades complementarias, el New Globe se inauguró el pasado jueves en presencia de la reina de Inglaterra y el duque de Edimburgo y se abre hoy al público con el estreno de La vida de Enrique V, aunque Wanamaker no podrá celebrar su visión. El creador de este extraordinario proyecto falleció en 1993, y un año después moriría también el arquitecto que le acompañó en la empresa de héroes, Theo Crosby, pero gracias a la fundación establecida y al apoyo que en los países civilizados suele encontrar el teatro entre empresas y particulares, esa "O de madera" a la que se refiere el coro inicial del Enrique V podrá de nuevo dar cabida a las armaduras que en su tablado recrearon tantas acciones y pasiones de ficción.Para esta primera temporada Mark Rylance, director artístico del Nuevo Globo y actor protagonista de la obra inaugural, ha programado, junto a veladas musicales y exposiciones, el citado Enrique V (que se representa al modo isabelino, con vestuario, elementos de escena, trucaje y elenco masculino para los papeles femeninos) y otro shakespeare, un modernizado Cuento de invierno, junto a dos piezas de Middleton (Una casta doncella en Cheapside) y del tándem Beaumont y Fletcher (La tragedia de la doncella), que darán idea de la asombrosa riqueza del teatro escrito por los un tanto oscurecidos contemporáneos de Shakespeare.

La gran apuesta que ahora afronta, sin embargo, el Nuevo Globo es saber si su alto y amoroso nivel de erudición en la réplica se va a acompañar de un talento escénico correspondiente. Techumbres de paja y cañas trenzadas, vigas al descubierto, balaustradas en la galería, estructura de madera, e incluso, como detalle de puntillosidad irónica, un compuesto de arena, escoria y cáscaras de avellana bajo el suelo de mortero que cubre el patio central, al haberse descubierto en las recientes excavaciones del primitivo teatro de fidelidad se añade el proscenio de ladrillo visto y maderas preciosas, con su gran marquesina, sus cielos pintados y sus tapicerías. Todo dispuesto para que un Hamlet de verdadero fuste (la compañía que yo vi dejaba, salvo dos excepciones, bastante que desear) salga a hablar bajo "este grandioso dosel, el aire, este espléndido firmamento colgante, este techo majestuoso con su filigrana de oro en llamas...", y nosotros, el público de hoy que nos hacemos los antiguos, veamos la amargura del príncipe y no sólo la belleza de los oropeles.