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'Aparición' en el convento

Dos ladrones de banco, detenidos cuando huían de noche a través de un monasterio de clausura

Jan Martínez Ahrens

Una aparición sorprendió en la madrugada de ayer a sor María Visitación. La hermana, de 60 anos, nunca había tenido buen dormir, pero esa noche, al intentar conciliar el sueño, la zozobra le llegó desde lo más alto cuando oyó un retumbar de pisadas y golpes procedente del piso superior del convento de clausura. "Ave María Purísima", musitó la religiosa, mientras se lanzaba por los oscuros pasillos del convento para avisar a la abadesa, María Ascensión, de 63 años y mejor dormir. "Madre, despierte, despierte, que se oyen ruidos, algo anda arriba".La superiora de las franciscanas concepcionistas creyó al principio que las voces se debían a que se había quedado traspuesta para los maitines. Pero cuando escuchó la desencajada explicación de la hermana dio un respingo en el catre y, armada de valor, salió disparada en pos del misterio. Acompañada por sor María Visitación alcanzó un ventanuco desde el que divisó, oscilantes bajo la segunda luna de junio, las sombras de dos hombres corriendo por los tejados del convento.

Eran las 4.15. Los dos tipos que con su desesperada carrera turbaban la paz del convento de la calle de Tolede, 52, acababan de demostrar en otro sitio su escasa finura. Minutos antes, habían desguazado sin contemplaciones la oficina del BBV anexa al convento.

El sueño dorado

Para entrar, los ladrones accedieron primero al despacho del cajero automático. Una vez allí, corrieron el cerrojo, sacaron el mazo y la palanca, y desincrustaron el cajero de la pared. El hueco que dejó esta masiva operación les abrió paso a la oficina. Toda suya. Subieron al segundo piso de la entidad -no sin antes tapar con cartones el hueco- y se encararon a su sueño dorado. Una caja fuerte para ellos solos.

Pero el tiempo corría en su contra. Una vecina, que había visto a los dos butroneros colarse en la entidad, acababa de avisar a la Policía Municipal. Los agentes, en menos de dos minutos, llegaron al lugar. Al acercarse a la puerta advirtieron el cerrojo corrido y, por detrás, como una caries mal plomada, el hueco con cartones. No tuvieron dudas. Para abrir la puerta de la sucursal metieron un balazo contra el cristal blindado.

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Los dos ladrones dejaron de destripar el blindaje de la caja fuerte y, alma que lleva el diablo, emprendieron la huida. Saltaron a un patio interior, treparon por los gruesos ladrillos del edificio y con un cortafríos rompieron el enrejado de una ventana del desván del convento. Acababan de burlar la clausura y de sobresaltar, en su retiro espiritual, a sor María Visitación. Las dos monjas, tras la visión de los ladrones por el tejado, se mantenían juntas. Tras una vida de contemplación y oración, de ventanas tapiadas y paseos por el huertecito, descubrían al "pecado" corriendo por su casa. Una visita del mundo exterior que no tenía nada que ver con los sobresaltos del planchado y lavado de ropa y sus entregas veladas por el torno. Pero sor María Ascensión mostró entonces su temple. Decidió no despertar a las otras monjas -son 18 en total- y asumió pasar, como ella misma relató al EL PAÍS, "el primer susto entre la hermana María Visitación y servidora". No duró mucho -la tribulación, porque enseguida descubrieron que la Policía Municipal llamaba a la puerta.

Dos agentes, pistola al cinto, cruzaron los pasillos y subieron las escaleras. El ruido levantado por la inesperada visita despertó a algunas hermanas que aún dormían. El revuelo iba en aumento. "Yo quería ir por delante, por la ansiedad de verlo todo, pero el policía municipal, que era muy majo y diligente, se puso en cabeza", contó la madre superiora.

Entretanto, los ladrones habían dejado atrás el desván para introducirse en el campanario y, por una claraboya, deslizarse hasta el cielo de tejas que corona el monasterio. Se estaban descolgando por una terraza, justo a punto de irrumpir en el corazón del convento de clausura, cuando oyeron: "Manos arriba o te dejo seco". Un policía municipal les apuntaba con su revólver.

La abadesa y el ladrón

Los dos ladrones siguieron las órdenes sin rechistar. Levantaron las manos y se tumbaron en el suelo de la terraza para ser esposados. Fue en ese momento cuando sor María Ascensión se dirigió a uno de ellos, un hombre de unos cuarenta años: "¿Pero qué pretendíais, si aquí no hay nada?". El ladrón, un punto bíblico, respondió, según la abadesa, de esta guisa: "Discúlpenos, nosotros no queríamos quitarles la paz ni la tranquilidad".

Con la llegada de otros cuatro agentes, los dos detenidos fueron trasladados a la comisaría de Centro. Se trata de Román A. G., de 47 años, y Carlos H. S., de 41, ambos chilenos. Ayer permanecían arrestados. Según la policía, apenas obtuvieron unas cinco mil pesetas de su robo, en el que además perdieron sus útiles.

Las monjas, pasado el susto, recuperaron la tranquilidad. "No creemos que fuesen a robarnos, sino más bien que huían", dijo la abadesa. Para ella, el problema no fueron los ladrones, sino el "pecado". "Nosotras rezamos por todo el mundo", concluyó desde detrás del torno, en el interior de su clausura.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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