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FERIA DE SAN ISIDRO

'Chavales' que han visto a Belmonte

Los jubilados presencian las corridas en la andanada -y a precio especial: 12.800 pesetas la feria completa

Tienen nombres antiguos como ellos mismos (Teófilo, Quiterio...), han visto a Marcial Lalanda, a Manolete y a Belmonte, y, aunque todos están jubilados, se llaman unos a otros chaval. "Buenas tardes, chaval". "Pasa, chaval". "No chilles, chaval, que desde allí abajo no te oyen". Los aficionados más viejos de Las Ventas se sientan en la andanada de sombra. Aunque desde ahí arriba, a vista de pájaro, casi da vértigo ver torear, ellos no cejan. Cada día cogen su petate, su tabaco -el que aún fuma-, la almohadilla para amortiguar la piedra, los prismáticos -el que los tiene-, se suben en el ascensor... Y ¡al toro! "Y no traemos el orinal porque nos da vergüenza, que aquí el que más y el que menos tiene ya la cosa para el arrastre y al segundo toro hay que irse a cambiar el agua a los garbanzos. Ésta es la andanada de la próstata".El que lo dice es Antonio Blanco, de 79 años, ex combatiente republicano, ex dependiente de ultramarinos y ex camarero en tabemas diversas, antes de empleado en el muy taurino hotel Wellington. Junto a él, en la andanada primera, se sienta -prueba palpable de que el toro arrolla ideologías- Quiterio Matías, de 84 años, ex sargento del Ejército y ex guardia civil: "Ahora soy mutilado de guerra".

Y en el asiento inferior acopla su enjuto cuerpo el más veterano del grupo, Teófilo Martín, que tiene 85 castañas y presume de que aquí se saborea el toreo mejor que en ningún otro sitio: "¿Quién es mejor aficionado, el que se pasa la corrida dando voces con la radio puesta o el que no quita ojo del ruedo y se lo guarda todo dentro? Aquí somos pacíficos, ni se chilla ni se pita y, si se hace bien, se aplaude. Venimos a ver torear, a oír el ambiente, a sentirlo de cerca. En casa no es lo mismo".

Lo mismo dice Juan Ruiz de Pedro, 73 años, muleta -es decir, bastón- en ristre y abonado al número 28 de la fila 1 de la andanada 1 desde hace 13 años. "El que no triunfa siempre tiene algún mérito. Yo no me pondría ahí abajo ni aunque me dieran cinco mil duros. Y he visto en esta plaza a Arruza, a Manolete y a todos los demás. Mi problema es que soy frágil de memoria. Que no se me queda nada en la cabeza. Igual de lo que vea hoy, mañana ya no me acuerdo. Pero es igual, lo bonito es venir y aprovechar la entrada para disfrutar del ambiente, que cuando las sacaron a la venta la primera vez me tuve que pasar una noche entera haciendo cola. Antes no, antes me las regalaba un inspector que vivía cerca de casa y dependía de él. Pero desde que compré la tarjeta dejubilado" dice, sacándola de la cartera, "si quiero vengo y si no lo veo en casa de mi hija por el Plus". El abono para la feria completa e cuesta 12.800 pesetas.

El que parece guardar más fresca la memoria del toreo antiguo es Antonio Blanco, el republicano: recuerda haber debutado en Las Ventas en 1932 y haber visto torear a Belmonte en "un festival benéfico el año 34". "Después he visto a Domingo Ortega, y a los Dominguín, y a los Bienvenida, y a los Vázquez... Pero, ahora, a escuchar, que el toro ha salido ya".

Se hace el silencio en la andanada. Sólo se oye algún susurro, y de vez en cuando el vozarrón de un sesentón corpulento que lleva calcetines blancos y zapatos de rejilla. Aquí no hay pipas, ni botas de vino, ni isidras reventonas con clavel en el ojal. Sólo austeridad, boinas y ganas de vivir la corrida. Durante la faena, los abuelos consultan el programa de mano, cabecean una siesta, se mueven con esfuerzo hacia un lado cuando la acción sucede detrás de la columna, dirimen si el novillo es bociblanco o no, cuentan los toros devueltos y vigilan la hora exacta del aviso... Estos ancianos son los reyes del colesterol y de la tauromaquia despaciosa, sentida y escuchada. Con la misma pasión que si ésta fuese la última tarde y ése que sale ahora el último toro.

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