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HACIA LA AMPLIACIÓN DE LA ALIANZA

La Alianza aclama a Solana como arquitecto del éxito

Xavier Vidal-Folch

El Consejo Atlántico se puso ayer de gala para recibir a Javier Solana. A las seis de la tarde, los dieciséis embajadores recibieron en pie y con una salva de aplausos, que duró un minuto, a su secretario general. "Ha sido el arquitecto del acuerdo", manifestó uno de ellos. "Su papel ha sido decisivo, manteniendo la unión de los aliados en una negociación sin precedentes", añadió otro. "Es un triunfo personal", brindó otro diplomático.Solana traía bajo el brazo el acuerdo alcanzado en Moscú con Primakov. Había sido una reunión maratoniana. Duró desde las 18,30 del martes hasta la una de la madrugada de ayer. Se interrumpió para que las dos delegaciones siguieran trabajando, hasta las cinco de la madrugada. Le siguieron sendos encuentros, por separado, de los negociadores con el presidente Yeltsin, que pulieron las últimas asperezas, y una consulta telefónica de Solana con el presidente Clinton. Reemprendida la reunión, el acuerdo se alcanzó al mediodía (14 horas de Moscú).

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Esta última reunión negociadora resolvió todos los problemas pendientes. A la sesión definitiva de Moscú, Solana acudió con las alforjas casi vacías, tras haber prácticamente agotado todo su margen de maniobra. Sólo guardaba un as bajo la manga, la ampliación del compromiso de no ampliar el despliegue nuclear a su corolario, el de no ampliar los almacenes nucleares. Y es que durante toda la negociación siguió la estrategia de ofrecer máximas concesiones posibles a Rusia desde el principio, para "amarrar a Moscú a la silla negociadora". Así, dificultaba que Rusia rompiera los tratos. Y en caso de que los rompiese, bastaba conocer la importancia de las concesiones aliadas para demostrar la buena voluntad de los Dieciséis y señalar al responsable de la ruptura.

La ronda negociadora final ha sido la sexta. La primera se celebró el pasado 20 de enero. Casi todas se han realizado en Moscú y en Bruselas. Pero antes de la negociación propiamente dicha, Solana tuvo que superar un auténtico vía crucis. La señal de salida para conversar se dio el 3 de junio de 1996 en la cumbre de Berlín que consagró la perspectiva de la "nueva OTAN". Pero ya en septiembre, en Bergen, el ministro ruso de Defensa, Igor Rodionov, echó un jarro de agua fría, al señalar que Rusia era contraria a la ampliación de la Alianza. Eso se repetiría.

Pero lo peor para el negociador fue que Yevgueni Primakov pusiera en cuestión poco después, desde fuera, su capacidad negociadora, en una reunión celebrada en Viena. Desde dentro, Francia echó gasolina indirecta al fuego, postulando que la negociación la llevara un "directorio" de países (los cuatro grandes). Esta propuesta enfadó a EE UU y a los socios pequeños.

Decayó. La cumbre ministerial de diciembre ratificó que toda la negociación pasaría por el secretario general, disipando las fintas rusa y francesa.

Solana empezó a negociar, en general en una atmósfera de discreción y escasos y breves comunicados.

Ello no fue óbice para complementar el regateo con una activa diplomacia bilateral. El canciller alemán, Helmut Kohl, y el presidente francés, Jacques Chirac, visitaron al enfermo Borís Yeltsin en Moscú, para ablandar. Y, sobre todo, Borís Yeltsin y Bill Clinton se reunieron en Helsínki el 19 y 20 de marzo.

Rusia obtuvo la promesa de incorporarse más claramente al G-7 y el compromiso de discutir un nuevo acuerdo nuclear bilateral, el START-3. La combinación de flexibilidad y firmeza -la Alianza agotó sus concesiones sustanciales el pasado 6 de mayo, en el castillo luxemburgués de Senningen ha permitido el resultado.

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