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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La inutilidad de la guerra

"No es una película bélica, sino más bien una película sobre la guerra y sus consecuencias", ha advertido a propósito de Capitán Conan su hacedor, ese Bertrand Tavernier que es desde hace ya años uno de los más apasionantes, inteligentes e íntegros directores de cine europeos. Y lleva razón, qué duda cabe. A pesar de 12 semanas de inhumano rodaje en Rumania, de las secuencias de masas, que en ocasiones implican hasta 900 extras; a pesar de que el tema mismo parece ser siempre la guerra, lo cierto es que este filme prodigiosamente narrado, poseedor de un nervio interior prácticamente inagotable y una vitalidad impresionante, no se diferencia gran cosa de otros Filmes del lionés realizados en otros registros. Porque a la postre, de lo que habla Conan es de problemas éticos, de la responsabilidad personal como valor y carga; pero también como posición ante el mundo.Mucho de desconcertante, incluso de paradójico tiene el filme. Un primer elemento, su situación histórico-geográfica, esa guerra oculta que se libró en el Este europeo después de terminar la I Guerra Mundial; una guerra anticomunista que costó, sólo a Francia, alrededor de 100.000 muertos.

Capitán Conan

Dirección: Bertrand Tavernier. Guión: B. Tavemier y Jean Cosmos.Francia, 1996. Intérpretes: Philippe Torreton, Samuel Le Bihan, Bernard Le Coq, Catherina Rich, Claude Rich. Estreno en Madrid: Roxy B, Canciller, Lido, Arlequín y Renoir.

Otro elemento la propia, desconcertante pero la postre feliz estructura narrativa de la película, organizada como una acelerada carrera hacia adelante y con una organización del sentido que adquiere plena vigencia, de manera aún más radical que en La vida y nada más -filme al que éste remite por tantas cosas-, en la última secuencia. Pero sin dejar apenas al espectador elementos para fijar su atención, al margen de las evoluciones de dos de los personajes, Conan y Norbert, que son el eje de la película.

Nada de esto es casual. A pesar del respeto que siempre siente por sus criaturas, Tavernier no está pidiendo adhesiones sentimentales ni está hablando de héroes; ni siquiera cuando, como en la secuencia en que Conan y sus hombres entran en esa especie de fábrica-túnel para organizar allí una escabechina, realiza explícitos homenajes cinéfilos: aquí a Sam Fuller y Uno, rojo, división de choque. Tavernier habla de hombres y, antes de hablar, piensa en términos éticos, algo esencial en todo filme, pero mucho más si habla de la muerte: dónde colocar la cámara, cómo hacerla un hombre más, cómo transmitir a través suyo el miedo, el dolor anónimos; en cómo abordar el horror hay también una lección.

Y de sus opciones, de puesta en escena emerge una ira contenida, un compromiso con su materia narrativa que es una de las más hermosas lecciones del cine actual contemporáneo.

No hay camino de retorno: el vacío y la inutilidad de la guerra quedan en ella tan de manifiesto que tengo la tentación de decir que esa secuencia vale más que la inmensa mayoría del cine antibelicista que se ha hecho hasta la fecha.

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