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La división del trabajo

Joaquín Estefanía

La división del trabajo de los Gobiernos forma parte de la tradición política desde el inicio de la democracia. Los comienzos de la Administración socialista fueron los más abundantes en su utilización: el policía bueno y el policía malo, el moderado y el radical, el de las buenas formas y el de los exabruptos, el moderno y el tradicional... Felipe González y Alfonso Guerra interpretaron ambos personajes sin disimulos, con una opinión pública cómplice de que los dos eran una especie de Jano bifronte. El teatro se acabó cuando la comedia devino en realidad, y Guerra se fue y nadie quiso sustituirlo en el proscenio (Narcís Serra se ocupó de otras cosas: fue más el consejero delegado de una empresa que su vicepresidente).Cuando el PP llegó al poder hace un año, Aznar nombró dos vicepresidentes (doblando la estructura orgánica existente) que, poco a poco, fueron interpretando análogos papeles, sólo aparentemente encontrados: Roqrigo Rato la economía, lo liberal, lo british, lo educado; Alvarez Cascos la política, el intervencionismo, el autoritarismo, el griterío. El escenario se iluminaba con las mismas luces que antaño, y el diálogo de los protagonistas estaba marcado por el guión. Pero a medida que avanza el tiempo, el equilibrio se va rompiendo por dos circunstancias significativas: porque las intervenciones de Aznar se inclinan en mayor grado hacia el estilo de Cascos que al de Rato -no logra situarse por encima de la coyuntura-; y, lo que es más importante, porque los dos estilos están transformándose en fórmulas políticas diferentes, a menudo contradictorias.

Si la antinomia se amplía, la división del trabajo no suma sino que resta coherencia, y la fuerza electoral se debilita. Esta contradicción es la que detectan los ciudadanos cuando de los sondeos se desprende que desconocen cuál es el modelo de sociedad al que lleva la derecha a España.

Pero además no se entiende por motivos prácticos, ya que el principal activo del Gobierno (el único en el que aprueba con holgura) ha sido la evolución económica. El informe de coyuntura de¡ Banco de España, correspondiente al primer trimestre del año, profundiza en el optimismo: el crecimiento de la economía española fue del 2,7% respecto al mismo trimestre del año anterior, con una recuperación del consumo (hasta ahora, la parte más débil en la composición del crecimiento) y de la inversión en bienes de consumo. Estos datos perfeccionan los anteriores, vinculados a los criterios de convergencia europeos.

Pues bien, mientras se consolida la política económica de Rato y su equipo, los focos de atención políticos están puestos en asuntos más costosos y relacionados con tiempos anteriores (las competencias de Cascos y los suyos), sin que el cambio de tercio -que perjudica al Gobierno- sea causado por la acción de una oposición sólida y bien organizada que ha conseguido jugar donde el Ejecutivo es más débil, sino por la insólita voluntad del propio Ejecutivo, consentida por su presidente.

El pasado jueves, el diario Cinco Días comentaba la aparición de un libro titulado Credibilidad política y desarrollo económico, cuyo objetivo es cuantificar la relación entre ambos conceptos. Sus autores argumentan que la propiedad más importante de un sistema político, para explicar su relación con el rendimiento económico, es la credibilidad política: ésta existe cuando el Gobierno diseña sus reglas y queda restringido a su cumplimiento. Además, el proceso de diseño de las reglas no puede ser arbitrario y necesariamente ha de ser transparente y predecible. Es decir, la antítesis de lo que sucede en España. ¿Quién hará la síntesis?

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