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Salud

Envejecemos. Una mayor duración de la vida puede con legitimidad ser exhibida como éxito. Vivir más resulta hoy meta deseable y alcanzada. Nuestros logro- s en cualquier casó siguen siendo ambivalentes. Podemos estar muriéndonos y matando en demasía, al tiempo que nos hacemos más longevos. ¿Tenía razón Cesare Pavese cuando escribió en su diario que triunfar era lo único peor que fracasar?Resulta que por cada nacimiento hay, en los países industrializados, hasta 10 personas mayores de 65 años. Proporción que se reduce a dos por uno en los países pobres. Pero que muy pronto será de cuatro ancianos por recién nacido, también allí donde la opulencia seguirá siendo un sueño. Estos datos demográficos forman parte de las informaciones aireadas recientemente por la Organización Mundial de la Salud, que anuncian la más difícil encrucijada de la Humanidad. La visualización geométrica resulta aún más comprensible. Nuestros logros en medicina y el control de la natalidad como lógica reacción al exceso de nosotros mismos -ya 5.800 millones- han provocado que la pirámide de la población se haya invertido por completo. Ha pasado de apoyarse sobre la base más ancha a hacerlo por su punto más estrecho: es decir, siempre, antes y ahora, los jóvenes. La consecuencia es que resulta difícil encontrar un equilibrio más precario. Podríamos apuntalarnos con más tecnología y más consumo de energías exosomáticas, pero pasan la misma factura. Contagian nuestra creciente senectud e inestabilidad al mundo. El derredor es también un anciano, cansado y disminuido. Aires sucios, aguas escasas y contaminadas, peoras en la alimentación básica, descenso de la productividad de la tierra y de los mares... Evidencias, constatadas científicamente, que deberían ir siempre en paralelo con las que ahora son de actualidad tras el informe de la salud humana en 1997. Acaso esta vejez de las gentes y de la naturaleza se deba a que queremos un mismo destino para nosotros y para lo que miramos. Y el humano, nos pongamos como nos pongamos, lo quiere todo a su imagen y semejanza. La pregunta sería ¿es buena la homogeneidad casi conseguida? Y la respuesta, una vez más, es que resulta ambivalente.Una parte de nuestro más vivir está basada en el menos vivir del resto de lo viviente. Está claro en el caso de algunas enfermedades infecciosas. A la rarefacción de los mosquitos se corresponde la de la malaria. Para matar a la muerte por paludismo se han destruido con venenos muchos aguazales del mundo que acogían a una multiplicidad vital literalmente barroca, por su variedad y complejidad. Pero a menudo se nos quiere olvidar que tan real como lo anterior es que buena parte de nuestra salud física depende de la del ambiente, es decir, de lo diferente. Y si se trata del bienestar mental seguramente habría que relacionarlo con el proyecto cultural común, mejor también cuanto más diverso.

La relación entre cuerpo humano y ambiente resulta clara cuando se analizan las infecciones de tipo pulmonar que mataron a unos siete millones de personas a lo largo de 1996.

Se divulga escasamente que, de forma tan gratuita como incesante, algunos ecosistemas naturales contribuyen a la depuración y regeneración de los medios esenciales para nuestra vida, como el aire y el agua. Se sabe, por ejemplo, que el número de agentes patógenos para nuestras vías respiratorias y pulmones disminuye a la mitad en un bosque en relación a un área desforestada. Un río con suficiente. caudal purifica sus aguas cada cierto número de kilómetros. La agricultura biológica evita la contaminación química de los alimentos, sospechosa de no pocos cánceres que siguen matando a más de seis millones de personas al año en el mundo.

Pero todavía más alarmantes son las cifras relacionadas con la salud del sistema nervioso. Casi 700 millones de hipertensos, 40 millones de epilépticos, 74 millones de dementes, 30 millones de adictos a estimulantes... Sólo el año pasado se dieron 4,5 millones de nuevas esquizofrenias. No sé, pero algo esconde nuestro éxito.

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