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"Admiré a Cerpa desde que siendo 'cholito' se enfrentó a los patrones"

Juan Jesús Aznárez

El retén policial encargado de la custodia del cadáver de Néstor Cerpa Cartolini vigila 50 metros ladera abajo y no puede escuchar al hombre que se santigua después de tocar la cruz de madera de la tumba del comandante Evaristo. "Políticamente pienso muy diferente a él, pero le admiré desde que, siendo un cholito, se enfrentó a los patrones", se sincera al periodista extranjero. En 1979, siendo secretario general del sindicato de Cromotex, Cerpa se enfrentó con el empresario chileno que trató de retirar la maquinaria de esa fábrica textil para proceder a su cierre, y después con las fuerzas policiales que la asaltaron para desalojar a los trabajadores encerrados en sus instalaciones. Murieron seis en el asalto."Aquella masacre marcó definitivamente mi vida. Entendí en la práctica, y no en los libros ni en el extranjero, que este sistema capitalista sólo busca los privilegios para unos pocos y cuando el pueblo protesta no tiene reparos en reprimirlo", declaró Néstor Cerpa Cartolini a El PAÍS y La Vanguardia, en una entrevista por onda corta, dos meses antes de su muerte a los 48 años. La matanza de Cromotex le llevó a posiciones de extrema izquierda, después al uníforme verde olivo de la guerrilla y al secuestro de empresarios o extorsiones terroristas cuando el MRTA fue arrinconado en la jungla amazónica.

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"Queremos justicia, somos combatientes"

El 18 de abril, cuatro días antes de la operación militar contra la vivienda de embajador japonés en Lima, llamó al padre Wicht: "Bajé a la planta baja, y allí estaba Cerpa con 11 de sus muchachos. 'Padre', me dijo, 'aquí estamos todos menos tres que están de servicio". Él usaba términos militares: 'Queremos expresarle nuestra felicitación por su santo porque aunque tenemos divergencias con usted reconocemos su autoridad moral'. El jesuita le reprochó sin éxito: "Comandante, le agradezco este gesto, pero le diré que yo me quedé aquí dentro por mis compañeros rehenes y también por ustedes, porque todos somos peruanos, e hijos de Dios. Y aunque usted está profundamente equivocado, no deja de ser mi hermano".

Ya era muy tarde para cambiar. Encarcelada de por vida su mujer, presa también la dirección del MRTA, fue a por todas: tomó la Embajada japonesa y exigió la liberación de los 440 presos del movimiento a cambio de los 72 rehenes. Perdió la apuesta y la vida. Quedan las cartas a sus hijos, de 10 y 3 años, al cuidado de la abuela, en París. "No los defraudaré jamás, y si algún día salgo de esta residencia japonesa será porque conseguí lo que ustedes esperan y sueñan con que se haga realidad: tener a su mamita fuera de prisión", escribió al mayor.

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