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De pistola

Rosa Montero

Gente de pistola. Nunca me ha gustado la gente de pistola. Supongo que el sargento Miravete es así. Y Fujimori, al que no le hace falta tener pistola propia porque los demás matan por él. Claro que no todos los que llevan armas son iguales: algunos, cautelosos y decentes, las usan como meros instrumentos. Mientras que otros se convierten en instrumentos de sus armas y sólo son lo que su pistola es: puro daño, hierro ciego y prepotencia.La pistola es la hombría ortopédica de los miserables: ya se sabe que es un artefacto fálico. Funciona de este modo con los terroristas, por ejemplo. Con los matones de ETA, que llevan su pistola en el lugar del corazón; y también con los guerrilleros del MRTA peruano. Pero aún me escalofrían más las pistolas simbólicas, no sé si me explico. Es decir, peor que la loca y repetida brutalidad del sargento Miravete es ese Ejército español que no le expulsó, aunque ya había matado, y que no vigiló ni reprimió sus excesos: complicidades de gente de pistola. Y peor que la violencia inadmisible del MRTA es la violencia criminal del Estado, porque deja a los ciudadanos sin alternativas, sin un concepto creíble de justicia, sin la esperanza colectiva de un mundo mejor.

Por eso me aterra ver a Fujimori, todo un presidente de un país, disfrazado de Rambo con su peto antibalas y dirigiendo él mismo la matanza. Ya son bastante malas las fundadas sospechas de que los militares peruanos han ejecutado a todos los terroristas; pero aún es más destructiva para la democracia y la convivencia esa imagen presidencial de carnicero alegre, la satisfacción con que Fujimori pasea entre los cadáveres como el cazador pasea entre las piltrafas de los ciervos abatidos, la fruición obscena con que enseña los túneles a la prensa. Y el unánime, vergonzoso apoyo mundial a su pistola.

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