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Anoche soñé que regresaba Margaret

Vicente Molina Foix

En la marea retro a la que nos arrastra la moda y la música, la política no iba a quedarse atrás, ni tampoco -oh signo de los tiempos timoratos- adelantarse. Repasemos -sin el ánimo de encubierta extrapolación española que épocas más inciertas aún que la nuestra obligaba a hacer a los comentaristas- algunos datos de la que promete ser la elección más crucial de este fin de siglo europeo, la que tendrá lugar el día 1 en el Reino Unido. He leído con atención el manifiesto del Partido Laborista, sobre todo las partes que están más de mi parte, Educación y Cultura. El tono general en la primera parte tiene esa rimbombancia que uno espera en este tipo de documentos de agitación. Y una frase de encabezamiento: "[La educación] no es sólo buena para el individuo. Es una necesidad económica para la nación". Necesidad económica, releo y subrayo, no necesidad social. Sigo. Después de una larga teoría de promesas circunscritas a las peculiaridades del sistema educativo británico, una promesa en firme: el Parlamento de mayoría socialdemócrata que saliera elegido de estos comicios rectificaría sustancialmente la política conservadora de recorte en el gasto de educación, que los laboristas cifran en más de tres billones de libras.Sufro a continuación un pequeño desmayo. No encuentro en las páginas del manifiesto la cultura específica, hasta que caigo en la cuenta: aparece subordinada en el capítulo genérico de calidad de vida, al lado de apartados como "transporte por carretera", "vida campestre", "navegación y vías aéreas". Las primeras palabras del apartado del que yo voy en pos me tranquilizan, sin embargo: "Las artes, la cultura y el deporte son esenciales en la tarea de recrear el sentido de comunidad, identidad y orgullo ciudadano que tendrían que definir nuestro país". El manifiesto realza el papel de las artes -como earners (que no sé si traducir por "ganaderos", "ganadores", "gananciales") "significantes para la Gran Bretaña con el argumento de que no sólo dan empleo a cientos de miles de ciudadanos, sino que "traen millones de turistas cada año, que también se beneficiarán de los planes laboristas para una nueva garantía de calidad en el alojamiento hotelero ". Un apéndice de este mismo capítulo orgánico se refiere a a lotería, el invento conservador que tanto dinero ha repartido como subvención disfrazada en el terreno artístico, y que, mejorado y redistribuido por los laboristas, pasa a llamarse "lotería del pueblo".

El sentido resignado, remolón, retributivo, retro-grado en suma, del manifiesto lo vi manifestado más rotundamente en un artículo que el propio líder Tony Blair publicó al iniciarse la campaña en el Times, donde, después de negar los rumores de un pacto secreto con los sindicatos que, una vez ganada la elección, devolvería a estos el poder que la era Thatcher les quitó, proclamaba lo siguiente: "He apostado mi reputación política y mi credibilidad en aclarar que no habrá un retorno a los años setenta". Y terminaba su artículo denunciando el afán espurio de los conservadores por plantear esta elección del 97 en los mismos términos que la del 79, que dio el triunfo a Margaret Thatcher y significó el final de una etapa política socialista aún marcada por la política y lo social. Viví en Inglaterra toda la década del 70, abandonándola -por feliz casualidad- a los pocos meses de la entronización de la Dama de Hierro. Fue un tiempo lleno de conflictos sindicales e incomodidades en la vida cotidiana, pero también de sueños de cambio que -dada la tradicional parsimonia anglosajona- llegaban allí entonces como recuelo sesentayochista. Un periodo que vio el auge de los movimientos de liberación homosexual y feminista, de las okupaciones como respuesta a la presión especulativa, el establecimiento y fortificación de unas grandes instituciones públicas museísticas y teatrales, muchas de ellas fuera de Londrin,el virtual Gobierno Blair a los restos de ese día utópico que el thatcherismo trató de acortar? Había prometido no hacer com paraciones con lo nuestro, pero me arrepiento; con su economicismo salvaje y sus sintecho juveniles, con su desconfianza radical en el mero término del bien público, el hacha de la Dama y sus acólitos no pudo sin embargo erradicar eso que Gran Bretaña sí tiene aún y nosotros aún no. Un sentido continuo de la cultura basado en tradiciones y valores y no en personas o carnés de partido, una televisión con vigilancia ética pero sin comisarios políticos, un respeto civil a la diferencia, un amor al arte que, si en la mayoría dominante resulta parroquial y continuista, no condena al silencio lo desvíos de quien no se contenta con cantar la vieja melodía ya sabida.

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