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De aquí al 2000

Andrés Ortega

Jacques Chirac puede ser un inconstante, pero nadie le negará olfato político. La decisión del presidente francés de anticipar las elecciones legislativas es arriesgada, pero despejará una incógnita con vistas a una decisión sobre la moneda única en la primavera de 1998 que, de otro modo, hubiera coincidido con comicios en Francia. Puede, sí, complicar las negociaciones para la reforma del Tratado de Maastricht que habrían de concluir el 17 de junio en Arnsterdam o algunas semanas después. El calendario europeo de esta Europa finisecular es sumamente complejo y corre el riesgo de devorar a sus protagonistas.Elecciones, pues, en Francia, cuya segunda vuelta tendrá lugar el 1 de junio. Un mes antes sabremos quién formará nuevo Gobierno en el Reino Unido. Pronto se verá si la presidencia holandesa convoca un Consejo Europeo informal el 23 de mayo para que el jefe del nuevo Gobierno británico pueda presentarse en sociedad y perfilar -ya se espera que con capacidad de decisión por parte de Londres- su política europea. Pero las elecciones francesas pueden dar al traste con esta reunión. Aunque, después de todo, no está en juego la presidencia de la República Francesa ni la continuidad que imprime a la política exterior y europea de Francia.

Al calendario de 1997 hay que sumar la cumbre de la OTAN a principios de julio en Madrid, que ha de aprobar la reforma y el alcance de la ampliación de la Alianza. Y en ello Francia -cuya ductilidad se puede ver afectada por el proceso electoral- tiene mucho que decir, lo cual, a su vez, puede repercutir en el desarrollo de la Europa de la defensa. En 1997, además, se ha de proceder a la ratificación del futuro Tratado de Amsterdam -incluso con algunos referendos- y a la apertura de las negociaciones de ampliación de la Unión Europea, seis meses -o probablemente antes- después de la firma de la reforma de Maastricht.

Y así llegaremos a 1998 y a su primavera, en la que debe tomarse en principio la decisión sobre si y quiénes pasarán a la moneda única. Unos meses después, en el otoño, elecciones en Alemania, que por desgracia, en este caso, del ordenamiento alemán no se van a adelantar. Pues el Gobierno alemán puede querer no tener que decidir sobre el euro o el ingreso de los del Sur, es decir, de Italia, pero también de nosotros, hasta después. O lo que sería inaceptable, apostar por una Unión Monetaria restringida. Pero esta decisión se tomaría mientras los Parlamentos nacionales han de ratificar el Tratado de Amsterdam. ¿Se puede, acaso, descartar que el Parlamento de un país ofuscado no ratificara este tratado en razón de su no ingreso en la Unión Monetaria? No.

Es de esperar que todo esto se supere y se llegue así a 1999, año en el que -Kohl confirma este anhelo- debe estrenarse el euro. Pero también en 1999, como tarde, ha de concluir la gran pelea -pues ya se sabe que en la UE todo Estado debe tener buen cuidado de que no le roben la cartera, como les gusta decir a algunos de los negociadores españoles- sobre los dineros, sobre las nuevas perspectivas financieras de la Unión del 2000 al 2005. Mas ¿pueden negociarse los nuevos fondos y su distribución sin tener en cuenta las perspectivas de la ampliación al Este? Difícilmente.

En este calendario, muchas -demasiadas para nuestra tranquilidad- cuestiones interesan directamente a España. Si el calendario general es complicado, para España lo es aún más. No tanto por razones de política interna -que también surgirán con la perspectiva de elecciones en el 2000 como tarde, aunque también pueden llegar mucho, muchísimo antes-, sino porque en todos los frentes España tiene posiciones sumamente importantes que defender.

Claro que cualquier fallo de importancia puede hacer que este poco lógico calendario, como una trampa, se cierre y cree para la Unión Europea una situación imposible. Baste pensar en el efecto que tendría un cambio de Gobierno en Alemania o una nueva tormenta monetaria. Pero ya se sabe: los malos planes no admiten modificación.

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