La recta final hacia el euro
ESPAÑA ES hoy uno de los países europeos que está en condiciones de cumplir los principales objetivos de convergencia del Tratado de Maastricht. Así lo ha hecho saber el informe de primavera de la Comisión Europea. Es, sin duda, un reconocimiento a la excelente evolución de los indicadores de estabilidad de la economía española: inflación, sobre todo, y déficit público, a pesar de la desviación del primer trimestre. Pocos hubieran apostado, hace sólo un año, a que la economía española estaría a estas alturas en situación tan favorable. Por ello hay que felicitarse doblemente. Desde la perspectiva actual y con los augurios de la Comisión, España entraría a formar parte de pleno derecho en la moneda común, el 1 de enero de 1999..., si los plazos se respetan.Bruselas anticipa un cabal cumplimiento del objetivo de déficit público. Esta apuesta es valiente, tanto más si se tiene en cuenta que esa significativa reducción del desequilibrio financiero de las Administraciones Públicas se consigue con tasas de crecimiento de la economía inferiores a las que el Gobierno incorporaba como hipótesis central al Presupuesto que aprobaron las Cortes: 2,8% frente al 3%, respectivamente. Más razonable es la que se acaba de conocer en el Fondo Monetario Internacional (FMI),. en la que un ritmo de crecimiento previsto también del 2,8% sólo es compatible con una reducción del déficit público hasta el 3,2% del PIB. Quedar a las puertas de ese objetivo del 3% del PIB sería cuando menos peligroso a tenor de lo que podría denominarse el efecto italiano: la tentación de que el suspenso de esta economía fuera menos explícito dejando que otras, también del Sur, le acompñaran.
Ojalá se alcancen las previsiones de déficit público de la Comisión y la economía española cumpla con suficiencia las condiciones de Maastricht. Pero aún no se ha conseguido la integración. En primer lugar, porque la evolución de la inflación o de los ingresos puede dar todavía sorpresas desagradables. Y no hay que descartar (el presidente del Bundesbank, Hans Tietmayer, acaba de decirlo) la posibilidad de que la tercera fase de la UEM termine aplazándose. Esta circunstancia situaría en muy mala posición a algunas economías que optan a formar parte del euro, pero en particular a la economía española, cuyo esfuerzo principal se ha ajustado para presentar cuentas pulidas en 1997. Cualquier retraso implicaría nuevos ajustes pero en condiciones peores, por la traslación de costes realizada hacia el futuro a partir de 1998.
Por tanto, los intentos del Gobierno de capitalizar en su propio provecho el informe y de la oposición de reclamar la parte proporcional de éxito que le corresponde, resultan excesivos y prematuros. El reconocimiento de Bruselas, muy importante para afianzar la confianza de los agentes económicos y de los mercados en las posibilidades españolas, supone un gran vuelco respecto a las malas expectativas que eran dominantes no hace tantos meses; pero apuntan tan sólo la espectacular evolución de los indicadores, cuya relación directa con la política económica aplicada es cuestionable.
El logro realmente importante que se puede contabilizar hoy está en que la economía española transita por una senda virtuosa, gracias al esfuerzo de los agentes económicos y de todos los ciudadanos. Pocos Gobiernos españoles, por no decir ninguno, han contado con un apoyo tan evidente de los mercados financieros y se han beneficiado de una tendencia general a la baja inflación en Europa. Que la meta final se alcance depende ahora más que nunca de la diligencia con que el Gobierno garantice el ajuste presupuestario, si fuera necesario. Si las miríficas expectativas actuales se concretan y la peseta entra en el grupo fundacional del euro, será el momento adecuado para las celebraciones, los parabienes y las recompensas compartidas. Paciencia y seriedad son la mejor guía hasta la primavera de 1998.
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