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FERIA DE ABRIL

Víctor Puerto, herido menos grave

El sexto toro cogió a Víctor Puerto al entrar a matar. Lo cogió de mala manera. En el momento del embroque tiró el toro el derrote y lanzó al torero a considerable altura. Lo dejó herido pero quizá fue peor el batacazo. Se echó el toro después, lo levantó el puntillerro, Víctor Puerto quiso descabellar, salió perseguido... El hombre ya no estaba para el zafarrancho de la brega. La cuadrilla lo empujó a la enfermería y Ortega Cano descabelló.Víctor Puerto buscó desesperadamente el triunfo toda la tarde. Y casi era Imposible, con aquel ganado que soltaron. Un ganado al estilo que ahora se lleva: flojo y moruchón. Un ganado que topa en lugar de embestir. Un ganado que hasta ha perdido la estampa natural del toro de lidia, y va cargando unas gorduras más propias de la producción cárnica.

Camacho / Ortega, Cordobés, Puerto

Toros de María del Carmen Camacho, mal presentados, varios sin trapío, flojos, algunos inválidos, descastados.Ortega Cano: estocada corta caída (aplausos y saludos); pinchazo, otro hondo, rueda de peones y tres descabellos (silencio). El Cordobés: estocada traserísima caída (silencio); estocada trasera ladeada (aplausos y saludos). Víctor Puerto: estocada ladeada y rueda insistente de peones (oreja); estocada saliendo volteado y descabella Ortega Cano (ovación); pasó a la enfermería con una cornada menos grave de 20 centímetros en un muslo. Plaza de la Maestranza, 17 de abril. 11ª corrida de feria. Cerca del lleno.

A uno de esos Víctor Puerto le cortó la oreja. No es que su faena desgranara creaciones artísticas ni la construyera enjundiosa, pero su pundonor y su valentía merecían el trofeo.

Si bien se mira, pundonor y valentía es lo único que cabía allí. Para los toros mansos hay un toreo de recurso, hondo y bonito además; para los toros descastados, lo único que vale es jugarse el tipo, aunque mejor sería que los mandaran al matadero.

El toro descastado es el antitoro; nada que ver con el toro. El toro descastado es la manifestación clamorosa del fracaso ganadero, y llevarlo a la plaza constituye un engaño donde el sucedáneo entra de matute.

El toro descastado aburre de muerte. El toro descastado que estuvo saliendo por los chiqueros del coso maestrante adulteraba la esencia de la lidia y la convertía en un espectáculo denigrante y tedioso.

Dos horas y media duró la función. Dos horas y media que se pasaron los toreros intentando ejecutar con algún fundamento las suertes básicas del arte de torear.

Hubo toro que se dejó. En el lenguaje de los revisteros áulicos, se dejó es término común. Se han traído un vocabulario, seguramente sacado de los banderilleros malos, plagado de vulgaridades, entre las que se encuentran el toro que se dejó -o no se dejó-, el toro que sirvió -o no sirvió-, el torero que tocó pelo -Víctor Puerto, evidentemente, tocó pelo- y, de ahí en adelante, el zamacuco, el tócale y el pónsela, eI arrimón, el torero que estuvo importante y otras perlas.

Si la palabra es la idea, de esos términos se deriva que, el toreo, mal asunto. Tener un concepto utilitario de la lidia es desconocerla. Tener un concepto utilitario del toro es despreciar su casta y su bravura. Y quizá se encuentre ahí cierta explicación a las razones por las que han convertido en bucólico morucho al toro bravo.

Los toros ni sirven ni dejan de servir: son bravos o mansos, en sus múltiples gamas. Y los toreros han de darles la lidia que convenga en cada caso. Y si se complica, existe un amplio repertorio de suertes aplicables a su cambiante condición. Ahora bien, si no son ni bravos ni mansos, porque les falta la casta que caracteriza al toro de lidia, el toreo es pura entelequia,

Y eso les sucedió a los diestros de la terna. Ortega Cano aún pudo sacar unos redondos de buen corte a su primero y en cambio al cuarto, que desarrolló cierta embestida en el último tercio, no se atrevió a consentirlo y embarcarlo. El Cordobés lució con el capote y desarrolló dos interminables faenas de escaso fundamento.

También fue larga la de Víctor Puerto al tercero, en alternancia naturales y derechazos, con un circular que levantó clamores porque -se ha descubierto esta feria- al moderno público de la Maestranza lo que le priva son los circulares. Mató bien y le dieron la oreja.

Al sexto lo recibió con una emocionante larga cambiada a porta gayola, le ciñó chicuelinas, intentó muletearlo en diversos terrenos. El descastado animal reculaba, se marchó a chiqueros; acobardado, huyó de allí escarbando, y Víctor Puerto estuvo siempre presente, empeñado en sacarle pases a costa de lo que fuera. Llegada la suerte suprema echó el resto: entró como un león y resultó cogido de forma impresionante. En aquel último arranque de coraje quedó patente la raza de torero que Víctor Puerto lleva dentro. Pero el toro no merecía morir a volapié. El toro era carne de matadero.

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