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Revisión de la obra de Valverde

Los discípulos del poeta le rinden un homenaje en Barcelona

La figura de José María Valverde (Valencia de Alcántara, 1926-Barcelona, 1996) se engrandece con rapidez. Murió a finales de la pasada primavera y, en el vacío de su ausencia, sus discípulos, el mundo académico en el que ejerció la docencia, no han podido esperar a que se cumpla un año para rendirle homenaje. Desde hoy y hasta el jueves, el Instituto Universitario de Cultura de la Pompeu Fabra y la Cátedra José María Valverde de la Universidad de Barcelona le dedican unas jornadas.

La intención del homenaje y de las jornadas Historiar, traducir, poetizar, según Francisco Fernández Buey, director del Instituto Universitario de Cultura, "es sobre todo intentar pensar a partir de los temas y preocupaciones que él tenía. Lo hemos organizado, no tanto como unas jornadas hagiográficas, sino intentando recoger sus preocupaciones en los campos de historiador de la literatura y de la filosofía, como traductor y como poeta".Fernández Buey, filósofo y discípulo suyo, cree que hay muy poca gente con el sentido del humor y la ironía que atesoraba Valverde y lo subraya con una anécdota de una clase sobre el filósofo Martin Heidegger, mediada la década de los sesenta, en la que sorprendió a sus alumnos con el siguiente pareado: "Cascando las palabras como nueces, alumbra Don Martín perogrulleces".

Aunque para la posteridad, de sus aforismos probablemente se recuerde más que ninguno el que escribió en el tarjetón que envió en 1965 a su amigo José Luis L. Aranguren -que le precedió sólo unos meses en partir- cuando el franquismo entró a saco en el mundo universitario: "Nulla aestetica sine ethica, ergo apaga y vámonos".

Esta característica, como de maestro zen, permeaba toda su vida. La densidad de su voz era la densidad de su pensamiento, recordaba el filósofo Rafael Argullol, también discípulo suyo y catedrático de Estética como Valverde. Argullol lo conoció a oscuras, por un corte de electricidad, y nunca se le borró el sonido. Para él era una de las poquísimas personas por encima de toda sospecha.

"Para un escritor, vivir fuera de su lengua es como estar medio muerto", dijo en 1977 cuando volvió a España tras pasar diez años de exilio voluntario en Canadá, decisión que tomó precisamente tras enviarle la misiva a Aranguren cuando el régimen franquista expulsó de sus cátedras a Tierno Galván, García Calvo y el propio Aranguren.

Cuando se revisa su obra sorprende su desmesura. Poeta machadiano, al estilo de Juan de Mairena; filósofo; catedrático de Estética de la UB, traductor; recibió el Premio Nacional de Traducción en 1990. Pero sobre todo ello lo que realmente pesa es su magisterio humano, su compromiso político y vivencial.

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