Faltas en la universidad
Según han informado los medios de comunicación, los rectores de las universidades públicas madrileñas han acordado "derogar" la norma por la que cinco faltas de ortografía en el examen de selectividad suponía el suspenso automático, al parecer porque, según su opinión, tales faltas ortográficas solamente son debidas a "los nervios" del examinando.Lo cierto es que semejante medida forma parte de la tendencia que los profesores de universidad hemos venido denunciando a lo largo de los últimos 15 años, y que resumo en una anécdota personal: en 1990 tuve que suspender a un alumno que había contestado en su examen de Derecho Civil "correctamente" a una pregunta sobre prescripción, si no fuese por el "pequeño detalle" de que su respuesta incluía las expresiones siguientes: "no ha habido presquicción; la deuda no está presquita". Cuando solicitó explicaciones acerca de su calificación y le fueron dadas, opuso, muy cargado de razón, que la carrera que él estudiaba no era la de Filología, sino la de Derecho, y que su suspenso era, por tanto, injusto.
Merced a las reformas introducidas en el bachillerato por los Gobiernos del PSOE, la cosa, llegados a la universidad, es así: un estudiante de Ciencias Exactas "no tiene por qué" saber dónde está Viena; el de Derecho no sabe resolver una simple regla de tres; uno de Historia se autojustifica si no sabe qué función cumplen los riñones; el de Ingeniería o el informático encuentra lógico ignorar que la II República era lo que estaba instaurado en España cuando nacieron sus padres...
Resultado: que si queremos buenos profesionales, éstos "no necesitan" poseer unos mínimos conocimientos rudimentarios de cultura general, porque basta, para que sean buenos matemáticos, juristas, historiadores, ingenieros o informáticos, con que "sepan de lo suyo". Ya vimos que para don Felipe González, Héctor era "nombre bíblico", o que don Javier Solana era el "catorceavo ministro de Cultura". Qué tristeza.
Y como resulta que "lo suyo" tiene zonas de tangencia con otras áreas del saber, estas zonas se suprimen por incómodas. En Fin, que ante un modelo de analfabetismo funcional especializado como éste, a los profesores universitarios no nos queda otro remedio que la autodefensa.
Hagan lo que quieran los rectores. Dejen entrar en la universidad a todo el que lo pida, tenga o no interés, en conocer los saberes al viejo estilo universitario, y tenga o no capacidad para ello. Yo, y muchos como yo, seguiremos sin tolerar que el husufruto del cónyugue biudo se hestinga por presquicción. ¡Ay, los nerbios!- , profesor titular de Derecho Civil.
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