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Tribuna
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¿Morir por Maastricht?

A finales del mes de septiembre de 1992 publiqué un artículo titulado No hay que morir por Dresde. Entonces pensaba que la reunificación alemana -obra maestra, por su oportunidad, del genio político de Helmut Kohl y absolutamente indispensable para el futuro de Alemania y, por tanto, de Europa- les costaría muy caro a las otras economías europeas debido a una política de elevados tipos de interés que, partiendo del marco alemán, se extendería inevitablemente al resto de los países de la Europa continental.Tambien sostenía que dado que estábamos, y todavía estamos, viviendo un largo periodo de deflación estructural, el Bundesbank no tenía ninguna razón para encarecer así los tipos de interés para combatir una inflación que entonces no suponía una amenaza mayor que hoy: en realidad, pretendía atraer capitales hacia Alemania y hacia el marco para permitir a Alemania Occidental financiar la colosal adquisición de Alemania del Este, cuya estructura y economía se hallaban en ruinas. Casi cinco años después, los hechos me han dado la razón.

Hoy, frente a quienes se preguntan si es oportuno -lo digo sólo por analogía con el eslogan- "morir por Maastrich", me gustaría expresar algunas ideas sobre el debate que se ha abierto en casi todos los países de Europa, y de un modo especialmente provinciano en Italia, sobre la necesidad de acceder a la célebre Europa de Maastricht en los plazos previstos por los acuerdos firmados en 1991. Para evitar todo equívoco, es necesario un preámbulo: para ningún país europeo existe una solución alternativa a su integración económica y política en Europa. Mejor dicho, existe una: la decadencia.

Por tanto, es vital, también para Italia, participar activamente en este proceso aportando el excepcional capital de cultura, energía, flexibilidad y espíritu empresarial que la caracterizan.

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Considero que Maastricht ha sido muy útil, en especial para demostrar, mediante la frialdad de las cifras, las profundas contradicciones de Europa. Está claro que los problemas europeos que se derivan de estas contradicciones no han sido provocados por Maastricht, pero los ha puesto muy en evidencia.

Los gobernadores de los bancos centrales han desempeñado su labor llenando el vacío de la política europea. Europa es económicamente próspera y políticamente débil, por no decir impotente. Sin embargo, una sociedad no puede desarrollarse, ni siquiera sobrevivir, sin una visión y una dirección políticas.

No creo en la Europa de los mercados y de los mercaderes. Creo en una Europa de los ciudadanos y de los consumidores. Una Europa a la vez económica y social. únicamente por esta vía Europa puede recuperar el consenso entre ciudadanos, consumidores y electores, hoy tan debilitado en todos los países europeos. Como sostenía Ruffolo en uno de sus ensayos, no se puede levantar una construcción política sobre "intereses" sin hacerlo también sobre "pasiones".Europa participó en el nacimiento de la "modernidad" porque encontró el equilibrio entre dos fuerzas de raíces diferentes: el capitalismo" y la "democracia", que corresponden a esas dos "pasiones" típicamente europeas que Montesquieu definía como el "afán de lucro" y la "sed de libertad". La Europa contemporánea lo sabe por propia experiencia: vio cómo el capitalismo sin democracia fracasaba trágicamente con el fascismo y cómo la supuesta democracia sin capitalismo se desmoronaba definitivamente con el comunismo.

El eterno problema, hoy más de actualidad debido a la globalización de la economía mundial, es casar economía y sociedad. Sin un horizonte común de valores que trasciendan los objetivos materiales del crecimiento y de la competitividad, no se puede resolver este problema. Este teorema se aplica en especial a la Europa actual, en la que el único denominador común es, desgraciadamente, el elevado nivel de paro. Está claro que pretender basar la unión de un continente en un valor negativo es peor que una utopía: es una estafa. Es necesario volver a crear un valor positivo. Éste sólo puede ser el desarrollo y el empleo, que, nunca serán impulsados por la moneda, pues es una consecuencia de la economía y no su origen ni su motor. Ésta es la razón por la que la moneda única no es la prioridad: la verdadera prioridad es llevar a cabo la creación de un mercado único interior.

En lo que respecta al mercado europeo, hemos pasado del Mercado Común, sancionado por el Tratado de Roma, al Mercado único, ratificado por la cumbre europea de Milán en 1985. Hablar de una moneda única sólo tendrá sentido cuando el Mercado único haya sido realizado y transformado en un mercado interior. En realidad, aún estamos muy lejos: pasados 12 años desde la cumbre de Milán, de las cuatro libertades de movimiento entonces ratificadas (de bienes, de capitales, de servicios y de trabajo), sólo han entrado en vigor dos. ¿Cómo puede hablarse de Mercado único cuando la Comisión Europea abrió, sólo en 1996, expedientes contra 12 de los 15 Estados miembros (tan sólo el Reino Unido, Suecia y Finlandia fueron la excepción; el último de la clase es Italia, con el récord de 10 expedientes abiertos en su contra)?

Empecemos por desarrollar el Mercado único, en especial en el sector servicios, que representa ya el 70% del producto interior bruto de los 15 miembros de la Comunidad y que, en su mayor parte, está reglamentado a nivel nacional. Es una de las prioridades para resolver el problema del paro, que algunos prevén, a base de fórmulas no carentes de segundas intenciones, que será reabsorbido por una reactivación generalizada de la economía y de las inversiones. Los países que demostraron con el ejemplo que sabían combatir y vencer el paro, es decir, Estados Unidos y el Reino Unido, han demostrado que puede lograrse de cuatro formas:

1. Aceptar una redefinición de las condiciones de trabajo transformando el mercado de trabajo en un auténtico mercado (lo que no ocurre en la actualidad) mediante la competitividad, la desregulación y la flexibilidad.

2. Crear nuevos empleos en el sector privado de los servicios (en EE UU, la única fuente de creación de empleo neto fueron los servicios en el sector privado y no las industrias tradicionales).

3. Promover lo que Lester Thurow llama las brainpower industries, aquellas que tienen como materia prima la inteligencia, la técnica, la competencia, ya que las manpower industries, basadas en el coste de la mano de obra, ya no se desarrollarán en los países de alto rendimiento como los de Europa o como EE UU.

4. Reducir drásticamente el papel del sector público en la economía.

El resultado de estas medidas sobre la creación de empleo se

puede percibir tanto a corto plazo (desde 1991, el saldo neto de empleos en Europa es negativo en tres millones, mientras. que en Estados Unidos y para el mismo período es positivo en 10 millones) como a medio plazo. Tomemos el año 1960 como base 100 y observemos lo que ha ocurrido con el número de empleos en los 35 últimos años: hoy Europa está en un nivel de 108 y, por tanto, ha creado nueve millones de empleos netos; EE UU está en 182 y ha creado 60 millones con una población inferior a la de Europa.Volvamos a la cuestión de "morir por Maastricht". Está claro que Europa es hoy una construcción tecnocrática abstracta, rechazada y mal entendida por buena parte de los ciudadanos. Sobre todo, hemos olvidado completamente una evidencia: cualquier moneda, y por tanto el euro, es un instrumento, no un objetivo. Me parece absurdo todo debate que no descanse en el convencimiento de que Euro pa es un "proceso" y no una "fecha''. Aunque el mundo nos par zca cada vez más mercantil, hoy no se puede lograr nada estable sin el consenso de los ciudadanos-consumidores. En caso contrario, la crisis política provocará la pérdida del control del sistema social.

Por último, un comentario sobre Italia. Hoy, esa carrera artificial para llegar a tiempo a la primera cita del euro (a menos que Alemania retrase la fecha) se vive cada vez más como el impuesto europeo. Si es cierto- que para ningún país europeo. existe una solución que no sea su integración económica y política en Europa, aún lo es más, repito, para Italia. Pero en vez de hablar de sacrificios, de criterios, de fechas, sería necesario que los políticos, resaltaran los enormes beneficios que le reportará a Italia: mejor funcionamiento del país-, mejores perspectivas laborales, reforzamiento, de las garantías de estabilidad para el ahorro y fin del provincianismo asfixiante que condena al país, y, sobre todo, a algunas regiones, a una marginación no sólo económica, sino también cívica.

Por último, cada sociedad debe temer la erosión de sus principios fundamentales -la solidaridad, el consenso y la confianza, amenazados por una competitividad que se ha erigido en norma de vida; que tiende a acrecentar el desasosiego y la agresividad. Si más allá de los objetivos materialistas de crecimiento y de competitividad no se ensalzan los valores, no podrá construirse una nueva Europa y se contribuirá a la descomposición de, la que existe.

La política lleva ya retraso y pierde el control de la situación en toda Europa. Los ciudadanos europeos deben reclamar a los dirigentes de sus países un nuevo equilibrio entre política y economía. Y ya que se habla tanto de la reforma del Estado de bienestar, hablemos también de un nuevo contrato entre el Estado y el mercado.

Carlo de Benedetti es presidente de Cofide y de Cerus.

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