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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Duelo de rostros

.Hay en esta película una poderosa y original metáfora, abierta a un desarrollo dramático audaz en busca de su, probablemente inencontrable, fondo. Pero los guionistas Jarre y Karnen -siguiendo la política hollywoodense de aguar el vino, para que abarque a más y más paladares de lo insípido: la busca histérica de la cantidad a costa de la calidad- eluden la explosiva fuerza de lo que tienen entre manos y se escapan de afrontarlo con un desarrollo cobarde, que el director Pakula se encarga finalmente de domesticar del todo.

Y, como tantas veces en el cine estadounidense actual, que el trago aguado llegue o no a tener sabor a verdadero trago es algo que queda a merced de que los intérpretes echen el resto y por su cuenta metan en la bomba desactivada la espoleta y la metralla que la escritura y la dirección les escamotea. Por suerte Harrison Ford está a la altura de sí mismo y el pequeño Brad Pitt se crece -cuentan que hubo celos y más que palabras entre ellos- hasta el punto de que le ofrece un tu a tu en toda la regla. La química de rostros vuelve a funcionar; y si en los carteles publicitarios del filme leemos que es una película de Alan J. Pakula, hay que echarse a reir, porque es una película a pesar de Alan J. Pakula, estafa de autorías abundantísima en el cine actual.

La sombra del diablo

Dirección: Alan J. Pakula. Guión. Jarre y Kamen. EE UU, 1997, Intérpretes. Harrison Ford, Brad Pitt. Madrid: Capitol, Proyecciones, Gran Vía, Palafox, Vaguada, Velázquez, Juan de Austria, Acteón, Cristal, Albufera, Dúplex, Conde Duque, Liceo, Ciudad Lineal, Plaza Aluche, Canciller, Colombia, (en V. 0.) Ideal.

Arranque fulminante: un joven irlandés sanguinario militante del IRA, a quien el contraterrorismo británico le mató ante sus ojos el padre cuando tenía ocho años, viaja a Nueva York en busca de armas y se hospeda en una sombra discreta: el hogar de un policía de origen irlandés, pacífico y honrado, sobre quien el muchacho asesino no tarda en proyectar rasgos del vacío que le legó presenciar el asesinato de su padre. Y de ahí arranca un duo memorable, que eleva a esta metáfora a pesar de los esfuerzos de su directorzuelo para que no despegue de a ras de suelo, que es donde él sabe moverse.

Pakula, progre a la americana, es de los que -como Mike Nichols, Barry Levinson y otros radicalitos de salón de Manhattan- elige asuntos mayores para empequeñecerlos. Por suerte Ford y Pitt se lo impiden en parte; y por su cuenta otorgan la fuerza que requiere un tan esquivo choque íntimo como el que argumentalmente les proponen. Merece verse, aunque sólo sea por asistir a este esforzado y ennoblecedor duelo de rostros.

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