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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Más Europa

A LOS 40 años del Tratado de Roma, la hoy Unión Europea se encuentra ante unos desafíos tan mayúsculos como los de entonces. Si aquel tratado fue en parte respuesta a un estrepitoso fracaso -el de la Comunidad Europea de Defensa (CED), en 1954-, no cabe pensar hoy que si el proyecto del euro, la moneda única europea, viniera a pinchar se generaría una dinámica creadora. Todo lo contrario. El fracaso del euro podría hacer retroceder a la UE, lo cual sería negativo no sólo para todos los países europeos, justamente cuando la globalización y otros fenómenos están transformando aceleradamente un mundo en el que Europa podría perder peso, sino muy especialmente para España.De estos últimos 40 años, España ha recorrido más de una cuarta parte del periodo dentro de la Comunidad, hoy Unión, Europea, respondiendo así a un largo anhelo europeísta de tantos españoles demócratas y modernizadores. Sin ánimo de exagerar, se puede asegurar que la construcción europea, ya sea desde el exterior o desde el interior, ha sido parte consustancial de la enorme transformación y modernización que ha experimentado España desde el inicio de la transición. Por eso resulta esencial proseguir en esta línea de activa participación en el diseño de la nueva Europa, incluyendo el ingreso desde el primer momento en la Unión Económica y Monetaria. De lo contrario se podría quebrar una línea maestra que ha nutrido, desde 1976, un consenso básico en la política española.

Pero el proyecto europeo no se acaba en el euro,sino que debe aspirar a mucho más: desde una profunda reforma de las instituciones hasta la ampliación que acoja a los países que se habían quedado en la otra parte de Europa. Hace 40 años, la construcción europea se planteaba como objetivos básicos reconciliar a Francia y Alemania para hacer la guerra entre ellos no ya imposible, sino impensable; generar bienestar; y reforzar los sistemas democráticos de sus Estados en plena guerra fría. Hoy estos objetivos se mantienen, pero con un mayor alcance: deben abarcar a todo el continente. E incluso más allá, pues o Europa genera prosperidad económica en su vecindad, ya sea al Este o en el Sur mediterráneo, o fracasará en un mundo que ya no permite experimentos cerrados. Claro que también está por ver cómo podrá la UE estirarse sin llegar a romperse.

La integración europea -no hay más que ver lo ocurrido en España- ha tenido, sobre todo a partir del mercado único, un efecto saludablemente liberalizador. Pero si los padres fundadores tuvieron éxito es porque supieron combinar el realismo con la osadía. No habían siquiera pasado seis años desde el final de la II Guerra Mundial cuando se firmó en 1951 el tratado constitutivo de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), y seis años después nacía el Tratado de Roma. En comparación, si se toma la fecha de la caída del muro de Berlín, en 1989, como referente básico del fin de la guerra fría, han pasado más de siete años y todavía está pendiente de completar el nuevo diseño de Europa.

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Europa y los europeos están a la búsqueda de un nuevo sentido a su quehacer. Pero la UE sólo logrará arraigar plenamente entre las poblaciones que participan en ella si consigue resolver, o al menos contribuir a resolver, sus problemas y colmar los enormes déficit que sufre, que van desde el desempleo y la inseguridad ciudadana hasta la escasa proximidad de sus instituciones respecto a las necesidades y preocupaciones diarias de los europeos. En este empeño, la Unión debe reforzar una dimensión social que permita preservar el modelo de sociedad propio de los europeos, transformándolo y mejorándolo en lo que sea necesario. El brutal cierre de la fábrica de Renault en Vilvoorde demuestra que algo falla en Europa cuando son los trabajadores quienes quedan ausentes de las decisiones que les afectan.

Es preciso afrontar estos retos en un espacio de tiempo que no va más allá de un lustro. Porque hay mucho, demasiado, en juego. Los colosales trabajos pendientes requieren un gran esfuerzo de imaginación y de voluntad del que no parecen hacer gala los Gobiernos que se reúnen hoy en Roma para celebrar este aniversario. Se requiere, ante todo, más Europa, más Unión

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