Un maestro destruido por el consumo
Las últimas generaciones de arquitectos hemos leído sus escritos y peregrinado a ver sus obras con el fervor, algunos, del convencimiento de su grandeza. Sin lugar a dudas, Charles E. Jeanneret, Le Corbusier, ha !ido uno de los grandes de todo el movimiento moderno. Sin duda el más prolífico, polemista, planetario y polifacético de todos ellos. Escritor, pintor y escultor, representó un torrente de renovación, de fe en las posibilidades de ser mejor el hombre, la utopía. Luchador incansable, no decayó jamás.Para todos, aun para aquellos que se fijan más en sus errores, fue un creador abrumador. Maestro reconocido de maestros de la arquitectura de hoy. Pocos han sido tan publicados y divulgados. Copiado hasta la saciedad, utilizando sus ideas tantas veces como coartadas, hasta para la especulación. Nunca se confundió ni remotamente la copia del original. Después de predicar tanto en vida, su distancia inalcanzable era su silencio. Hoy se trae a Galicia. Había pasado ya por aquí en su viaje a América, se paró en Vigo. Creemos que no bajó a tierra. El que fue paladín de la modernidad nos visita cuando los cambios de la modernidad son más que síntomas. Su mundo se cuestiona, para muchos es ya historia.
Habitar, trabajar, recrearse, circular, nos decía, son las cuatro funciones clave del urbanismo. Han cambiado todas, y aún más, percibimos el movimiento hacia algo no controlado, una sociedad con profundas transformaciones sociales producidas por la comunicación y el consumo. En ella, pensamos que LC sería distinto al que conocemos. Cuando hoy se plantean nuevas relaciones del arquitecto con la sociedad, perdida ya la convicción de su posición dominante, donde la arquitectura ya no cuestiona su capacidad de transformación, vacía de tesis y de utopía pasando a ser un objeto de consumo, consterna pensar que esta vuelta al Corbu sea una clara manifestación de su propio consumo. O ¿podrá ser, como algunos sostienen, que la modernidad no está agotada?
Nos queda sólo pensar en su obra. Alertar del mal uso del maestro, de su destrucción por el consumo, sabedores de la orfandad que supone la pérdida de un creador de su talla. Acerquémonos a sus obras con la calma necesaria para no renunciar ni a su densidad ni a su profundidad. Así lo ganamos para nosotros. La calma que fue necesaria a la ETSA de La Coruña, cinco años, para el desarrollo de la exposición. En realidad, es la construcción de la exposición lo que hay que valorar. Sabedores de que hoy sería distinto, reconforta su recuerdo y pensemos que, como siempre, habrá hombres capaces de emocionarse con la arquitectura. Para ellos sus obras seguirán impartiendo claridad, luminosidad en el intelecto y en el corazón.
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