Elogio de una conciencia española
Un eminente historiador francés -hoy completamente olvidado- definía así el carácter de su disciplina: "La ciencia de lo que sólo acontece una vez" ("Ce qui arrive seulement une fois"). Por supuesto, la mayoría de los historiadores actuales rechazaría tal definición por considerarla errónea: para ellos, la historia es el estudio de lo que se repite, ya que sin repetición no habría ciencia. O como lo puntualizaba el imperioso Fernand Braudel: "Sólo hay ciencia de lo general". Mas -para la que en inglés se suele llamar "historia intelectual" -sólo hay ciencia de lo particular, o más precisamente de lo singular, puesto que las existencias humanas son siempre radicalmente únicas. De ahí que la biografía intelectual sea la más acabada realización de la historia intelectual a la manera angloamericana.¡Y qué espléndida biografía intelectual podría hacerse de la persona entera de Pedro Laín Entralgo! Con la gran ventaja, además, de que él se ha pasado la vida haciéndola él mismo, por que, efectivamente, Laín es el mayor autobiógrafo espiritual de la España del siglo XX. Pero, sin posible duda, su prolongada autobiografía intelectual no es un continuo ejercicio de narcisismo, como suele ocurrir con muchos autores literarios o filosóficos, particularmente en Francia. Porque Laín se ha ocupado de los demás, de los otros seres humanos, como es de esperar en un profesional de las ciencias médicas. Y ahí, en su vocación inicial, está la raíz de su singularidad intelectual, la profunda individua lidad de su Conciencia española. "El fin de la vida es hacerse un alma", decía el gran don Miguel de Unamuno: y no sería exageración hispánica afirmar que Pedro Laín ha estado haciéndose un alma desde su más temprana juventud: y, claro está, la vida le ha favorecido con la longevidad. Aunque me atreveré a mantener que Laín se ha ganado su larga vida a fuerza de vitalidad intelectual. O más precisamente: Laín se ha pasado la vida adquiriendo las capacidades -las virtudes- de la inteligencia. Decía Paul Valéry, hablando de la modestia, que es una virtud adquirida: pues ningún ser humano, sobre todo si tiene un tantito de autoestima, es modesto de nacimiento. Y la más preciada virtud intelectual -la de la ecuanimidad- es más difícil de adquirir que la modestia. Decir así que Pedro Laín ha estado adquiriendo ecuanimidad sin cesar en sus largos años de vida española es un hecho biográfico patente.
Hace 30 años se publicaron en la revista democrática española Mañana (impresa en París) tres artículos sobre el que yo llamaba "nuevo pensamiento, político español", en cuyo texto se hacía una referencia a Pedro Laín y a Dionisio Ridruejo que me parece pertinente citar: "En noviembre de 1940 apareció la revista Escorial, dirigida por Pedro Laín Entralgo y Dionisio Ridruejo, con el propósito de contribuir al restablecimiento de una comunidad intelectual en España". Añadía mi artículo, "Si, como ha sucedido con frecuencia en las dictaduras, el gesto de aproximación y concordia se hubiera quedado en simple maniobra táctica, el propósito de Escorial no tendría hoy ninguna importancia". Precisando: "Aquellos gestos podían ser algo muy repetido o algo nuevo, todo dependía de las personas: la trayectoria biográfica de Pedro Laín y de Dionisio muestra que los propósitos de Escorial respondían en su caso a una verdadera voluntad de convivencia intelectual". Concluyendo: "Los efectos de aquel intento de reunificación intelectual española fueron, finalmente, contrarios a la dictadura caudillista". Recordemos, a este propósito, cómo el libro de Dionisio Ridruejo Escrito en España tuvo en el exilio español una resonancia, emocional y política, que afectó profundamente a su autor.
El libro de Laín -Descargo de conciencia (1976)- fue, tanto como el de Ridruejo, un testimonio autobiográfico que contribuyó considerablemente a la renacida convivencia en libertad de los españoles. Pero, manifiestamente, Pedro Laín era -y afortunadamente es- sobre todo un intelectual, o más precisamente, un intelectual universitario. Aunque pueda sorprender (o sonar a arbitrariedad), mantengo que el ser catedrático universitario -aquí o en cualquier país- no es, por serlo, un intelectual. Ya sé que desde el final del siglo XIX se ha generalizado -sobre todo en la Europa continental, pero no en el mundo de lengua inglesa- el empleo del vocablo intelectual hasta privarlo de su acepción rigurosa. En mi Universidad, al contrario, he escuchado con frecuencia referirse a un ilustre economista, el profesor Galbraith, como un intelectual. Pero no se habría calificado así al eminente Nobel de Física Purcell, que acaba de fallecer. Abreviando, propongo que se considere como intelectual a la persona cuya conciencia no se limita a una especialidad profesional ni cuyos saberes son utilizados para beneficios propios, como abogados o cirujanos. Pedro Laín me observará, seguramente, que él disiente de mi propuesta semántica. Mas quizá acepte que él sí es un cabal intelectual: porque sus palabras y sus escritos muestran y demuestran que estamos ante una conciencia humana absolutamente humanizada.
Un filósofo francés de principios del siglo XIX, Maine de Biran -por quien tengo una especial devoción-, afirmaba que la conciencia no existe previamente al esfuerzo que la suscita y que la hace crecer. Esfuerzo que se observa en los numerosos y variados escritos de Laín, que llevan a emplear, por parte de periodistas, el absurdo y malsonante vocablo de polígrafo: porque la biografía intelectual de Laín es la biografia de una conciencia española que no se puede encasillar en tan horrendo sustantivo. Y, precisamente, en esta hora de España -cuando la confusión semántica desorienta a sus buenas gentes-, la palabra clara y sabia de Pedro Laín contribuye a serenar a sus oyentes y lectores. Porque sus conferencias y artículos ayudan notablemente a conseguir lo que el presidente Azaña consideraba la finalidad de la vida en libertad: que la política no embargue el alma de los españoles. Ahí está la justificación del largo homenaje a Pedro Laín Entralgo: que se congregue a públicos numerosos para honrar a una conciencia española.
Se ha dicho que los verdaderos intelectuales son los que se ocupan de las realidades humanas -las que importan a todos los habitantes de este planeta- y es notorio que, lamentablemente, en nuestro tiempo, y no sólo en España, hay una visible carencia de intelectuales. Pedro Laín es así un representante de una especie en peligro manifiesto de extinción: la de los seres humanos que han hecho de su vida un esfuerzo permanente de conciencia.Juan Marichal es historiador y profesor emérito de la Universidad de Harvard.
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