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Bonn pide árnica

Xavier Vidal-Folch

El patio se agita. Hasta el lunes, la doctrina alemana sobre la unión monetaria se resumía en un adjetivo, el estricto cumplimiento de los criterios de convergencia. Ese rigor provendría de una interpretación restrictiva de los techos numéricos establecidos (3% del PIB para el déficit; 60% para la deuda), no en el cuerpo del Tratado (le Maiastricht, sino en su quinto protocolo. Alemania consideraba y oficialmente aún sigue considerando más importante la ortodoxia en la aplicación de los criterios que la fecha de lanzamiento del euro (enero de 1999).Pero la actualización del programa alemán de convergencia presentada anteayer al Ecofin por el ministro Theo Waigel reconoce que "en 1996 puede producirse un desbordamiento del límite del 60% [para la deuda], debido al alto déficit y al crecimiento relativamente débil del PIB". Y "en 1997, la ratio de la deuda, podría aumentar todavía más".

A los ecofines no les plujo técnicamente el texto, por su escasa cuantificación y porque insólitamente carece de escenarios alternativos. Pero se deshicieron en elogios. Porque se veda a los marineros desairar al patrón o porque percibieron en el asunto de la deuda alemana un intersticio por el que colar después sus propios, incumplimientos, una coartada para imponer una interpretación flexible de los criterios. Si se ofrece magnanimidad al poderoso ¿por qué no al débil?, se preguntaban algunos, parafraseando el principio de Derecho Romano según el cual quien puede lo más, puede lo menos.

Waigel se guardó de pedir directamente un trato más favorable en el interior del Ecofin. Pero empezó a roturar el terreno para ello, desgranando, los capítulos del "gigantesco esfuerzo financiero" derivado de la unificación alemana. Ante los periodistas, además de cavar, sembró: sostuvo que el examen de selectividad para la moneda única, deberá juzgar "en paralelo" (¡¡) el nivel de la deuda alemana con la "enorme contribución" de Bonn al presupuesto comunitario (!!).

Héte aquí cómo empieza a quebrar la doctrina canónica compuesta por la interpretación rigurosa de los criterios y el latiguillo según el cual debe aplicarse "el Tratado, todo el Tratado, pero sólo el Tratado" en su capítulo regulador de la unión monetaria. Ni por asomo los costes de la unificación de Alemania (con los que, por cierto, pecharon todos sus socios, vía un largo delirio restrictivo de la política monetaria) o su contribución al presupuesto, figuran en ese capítulo. Esta primera tentativa de obtener árnica por adelantado abre el terreno para el análisis del impacto asimétrico del euro y de su Pacto de Estabilidad, comparativamente más dificil de asumir por los socios económicamente débiles, los del Sur.

Pero ni la más benevolente de las interpretaciones flexibles del artículo 104-C-2B del Tratado permite bendecir una deuda pública superior al 60% del PIB que esté en ascenso, justo lo que Alemania prevé para la suya. Al propio Waigel le enfurecía en 1995, como presidente de turno, otorgar a Irlanda el certificado de no incurrir en déficit excesivo. Pero no pudo evitarlo, porque Dublín, con deuda enorme -superior al 130%- la había ido rebajando "suficientemente", como exige ese artículo. No vale la lectura inversa. Si Bonn quiere acogerse a otra escapatoria (el desbordamiento sólo "excepcional y temporal" del artículo 104-C-2A-2), aunque esta sólo rige para el déficit y no piara la deuda) los demás podrán seguir su camino. Albricias para España.

Pedir árnica para une, mismo y al mismo tiempo seguir postulando rigor para el resto suscita comentarios en el ámbito de la elegancia. Introduce nuevas sospechas de que el fin pretendido sea sacudirse a los países cuya compañía en el grupo de vanguardia del euro quiere evitarse, como Italia, pero no sólo ella. Y certifica la preocupante coyuntura de la economía alemana y el desconcierto, ojalá que temporal, de sus rectores.

El patio está movido. Si siguen los zarandeos, tomarán más cuerpo las hipótesis de que para evitar turbulencias conviene adelantar a otoño la fecha de la criba, como quiere una minoría de expertos; o incluso avanzar un año -a enero de 1998- el lanzamiento del euro, según ha sugerido Felipe González. La otra salida, el retraso, sólo entusiasma a los británicos.

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