País Vasco
Veo crecer la guerra e n el país de arriba y me espeluzno. Avanza la ulsterización, o peor aún, la balcanización: trincheras que separan vecinos, que dividen familias. Llega la hora del dolor y de los salvajes.Soy de Madrid, lo que para algunos es ser el enemigo. Yo no me considero en absoluto así, pero tal vez sea cierto que, desde fuera del País Vasco, no se pueda entender, en toda su complejidad, ese proceso paradójico, acongojante y canceroso que es el último siglo de la historia vasca. Sí, les concedo es e argumento a los salvajes porque intento ponerme en su lugar: tal vez no acabo de entender, tal vez no acabo de saber. Además, y por desgracia, los españoles nos hemos visto salpicados por las hazañas bélicas de los GAL. Que se haya secuestrado, torturado y asesinado desde los subterráneos del Estado ha sido el mayor baldón de nuestra democracia, y el mejor argumento publicitario para engorde y refocile del salvajismo.
Dicho todo esto, sin embargo, miro hacia allá arriba y me estremezco. Veo partidas callejeras de matones dispuestos a romper caderas de ancianas y a quemar vivos a los vecinos. Veo tribunales populares tan empavorecidos que se obsesionan por ocultar sus identidades y promulgan un veredicto de absolución incomprensible. Veo a ocho jueces de Bilbao que abandonan sus plazas por el miedo. Veo librerías asaltadas y libros ardiendo; periodistas amenazados y agredidos; ciudadanos apaleados por llevar un lazo en la solapa. Veo una mayoría aterrorizada por una minoría de brutales tiranos. Tal vez no acabo de entender la situación vasca, pero sé lo bastante como para reconocer todos estos ingredientes. Así fue en los primeros tiempos del Chile de Pinochet y de la Argentina de Videla. Así fue durante la escalada nazi del III Reich. Es la hora del dolor y de los salvajes.
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