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París revive el amor según los surrealistas

Le surrealisme et l'amour. Ese es el título de la exposición que se abre el próximo jueves en París, en el Pavillon des Arts, en donde permanecerá abierta hasta el 18 de junio. Reune 150 obras, procedentes de colecciones públicas y privadas, realizadas entre los años veinte y finales de los sesenta. El amor es el tema omnipresente, declinado a partir de cinco variaciones: el encuentro, la pareja, las figuras femeninas, el deseo y el amour fou. "No hay amor sin misterio" ni "amor físico sin metafísica". Esas dos ideas empujan a Breton, Aragon o Derain a salir a la calle con la esperanza del encuentro fortuíto. Para Dionys Mascolo, "si se tiene en cuenta la importancia concedida al sueño y a la imaginación, el surrealismo, en todas sus iniciativas, en todas sus propuestas, hoy debiera aparecérsenos como un movimiento cuya alcance máximo pasa por hacer posible el amor". Para Breton, todas las batallas entre los surrealistas, ya fuesen de orden político o estético, estaban determinadas "por un desacuerdo irreductible en la manera de concebir el amor, que para mi sólo puede ser pasional y exclusivo".Max Ernst pinta El gran enamorado en 1926; Wifredo Lam, La novia en 1950; y Francis Picabia ve Tras la lluvia, los enamorados, en 1925. En algunos casos se forman parejas en el grupo, que Ernst retrata, como es el caso de Eluard y Gala; y también hay retratos mútuos, como el que Picasso hace de Dora Maar y ésta hace de él. Pero el subconciente o inconsciente tan glosado por unos surrealistas fascinados por los descubrimientos de Freud es, en su caso, casi siempre masculino. Lo prueban las visiones fantasmagóricas de la mujer, a menudo castradora, inquietante, atractiva como abismo que conduce a la muerte.

De ahí el entusiasmo de Max Ernst por la vampírica Erzsébet Báthory, o el placer con que André Massón reproduce los infortunios de la virtud de la pobre Justine del marqués de Sade. Georges Bataille piensa en una "ama" sádica mientras que Victor Brauner defiende una tesis daliniana al soñar una mujer ideal que "conjuga los privilegios de un instrumento de placer infinitamente dócil y la tentación de un plato de comida". Dalí también imagina las mujeres repletas de cajones o convertidas en jirafas.

Musidora es una heroína muy estimada, reina del folletón de aventuras de principios de siglo, cómo también lo es Violette Nozière, una mujer condenada por Vichy por haber abortado y cuyo comportamiento es considerado blasfemo por las autoridades al tiempo que los surrealistas la defienden como campeona de la transgresión. Esas divas del deseo o del sexo también pueden ser fabricadas a base de collages, como lo hacían Hans Bellmer o Marcel Duchamp. Las obras de Matta, Picasso, Miró, Tanguy o Man Ray figuran entre las más importantes de la muestra.

El catálogo reproduce dos famosas encuestas surrealistas sobre el amor (1929) y el encuentro (1933), pero además les pide a una serie de contemporáneos -Sollers, Fromanger, Mandiargues, Edgar Morin...- que respondan a las mismas preguntas que sus famosos antecesores.

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