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Tribuna
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La Schiffer

Hay países que venden mercancías, otros que venden mano de obra y otros que venden sol, pero, sobre ellos, los más avanzados son los que venden ante todo imagen. Francia pertenece a este último grupo de naciones donde lo principal no es aquello que fabrica o deja de fabricar sino la impresión que produce.Francia, antes de que Estados Unidos se hiciera con la industria de la imagen, ha sido para buena parte del mundo el mayor imaginario del glamour. De ahí que, ahora, cuando las noticias sobre su situación económica, y política no son buenas, cuando arrecian las manifestaciones y decae la fe en si misma, la máxima preocupación de los políticos ha sido el mal aspecto que están presentando ante el exterior. Otros países, como el nuestro, cuando las broncas crecen, los rostros se crispan y los partidos se aporrean, pocos piensan en el mal efecto que están dando en las afueras. La idea de lo doméstico se encuentra tan arraigada que lo ocurrido aquí no parece capaz de cruzar nuestra demarcación. Los franceses, en cambio, se sienten en el centro de la mirada internacional y consideran a su patria como una dama exquisita que no ha de abandonar, por anciana que sea, el cuidado de su compostura. Esta arrogancia francesa se corresponde con la atención que su Gobierno ha decidido dedicar a la imagen de Francia. Woody Allen, Roger Moore, Gary Kasparov, Claudia Cardinale, Claudia Schiffer y Julio Iglesias, entre otros, propagarán mediante anuncios de televisión, vallas, radios y aviones, que adoran Francia. Jáime la France es el emblema de apoyo que estos hombres y mujeres tratarán de inyectar como un colágeno a la arrugada faz de Francia. Los semiólogos llaman a la estrategia "enfatización por acercamiento mágico". Es decir, del mismo modo que se busca acentuar el deseo de un automóvil por la contigüidad de una modelo, Francia aspira a recobrar el chic con el recurso a estos chicos y chicas signos. Porque ya nada existe fuera del universo de los signos.

Las cosas empezaron teniendo un valor de uso y respondían a las necesidades como alimentos o como herramientas. Después, en la economía monetaria, los objetos adquirieron valor de cambio y su patrón era el dinero. Finalmente, con el capitalismo de consumo, los objetos tomaron un aprecio más allá de su utilidad, más allá de su valor mercantil y circulan como, signos. En el mundo de las marcas, los objetos, las personas, las razas, los partidos, las naciones no son directamente lo que son sino elementos que se orientan por los mismos dictados que rigen el sistema la moda. Su valor crece o, decrece, según la cotización de su signo que, a su vez, depende de los lenguajes de la publicidad y la comunicación. Actualmente ya no son buenos o malos los políticos; lo que cuenta, en los sondeos, es si suben o bajan en su imagen. Una mala política no se corrige casi nunca mediante nuevas medidas políticas, sino removiendo al portavoz.

La campaña que ha emprendido el Gobierno francés responde a esta lógica de los tiempos. Para remediar la crisis la acción no se centra en cambiar la vida sino en cambiar el vídeo. La cuestión no radica en si Julio Iglesias o Claudia Schiffer mejorarán las condiciones, basta con que mejoren la vista. O, bien: la cuestión no se plantea en términos de transformación sino de simulación. La Francia real, como el hombre o la mujer real, como el electroméstico o el vestido real, han sido doblados por signos. Bajo las apariencias acaso se encuentre lo real pero es ya imposible acceder a ello. El mundo real se ha disipado en un simulacro que, como ocurre con la circulación financiera, ha perdido su relación con lo concreto. Los intelectuales franceses, desde Barthes a Baudrillard, desde Lacan a Lipovetsky, se han afanado a lo largo dedos décadas en descubrir las claves del actual sortilegio. Alain Juppé y sus colaboradores, con la Schiffer por medio, -novia de mago-, son los nuevos aprendices de brujo.

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