Diálogo de sordos
Cuando Popper, horrorizado por el nazismo y la guerra, quiso escribir un libro contra los totalitarismos terminó publicando un voluminoso tratado contra Platón, Hegel y Marx. Ante la pregunta acerca de por qué había disparado contra tan ilustres pensadores, y no contra Hitler, contestó que había que atacar las ideas contrarias por su flanco más fuerte, sin acogerse cómodamente a sus expresiones más endebles. Ese libro no figura entre los más afortunados de Popper, pero el talante con que está escrito es prueba elocuente de su magnanimidad y de la exigencia que uno debe plantearse a sí mismo a la hora de discutir y criticar. Buscar lo más noble de las ideas que uno discute y atacar por ahí engrandece la propia posición, dando a veces el sorprendente resultado de un acuerdo inesperado o al menos un acercamiento de posiciones que nadie había imaginado al entrar en la conversación. Y si de algo sirve dialogar es precisamente para no salir como se había entrado.Sólo un eufemista puede calificar de diálogo el choque de acusaciones que ha tenido lugar en este diario durante las últimas semanas a propósito de los graves problemas que aquejan a la sociedad vasca. En este enfrentamiento han intervenido factores a los que no prestamos atención -las batallas digitales o las escaramuzas contra la actual mayoría parlamentaria-, porque no- interesa el fondo del asunto. Algunas expresiones del nacionalismo vasco resultan difíciles de compartir incluso para quienes nos acogemos a esa adscripción. Con más frecuencia que la deseable se abordan temas complejos con análisis simplistas; muchos conceptos de uso corriente son incapaces de hacerse cargo de las complicadas 'topografías políticas del mundo contemporáneo. Pero queremos llamar la atención sobre algunos aspectos de este asunto que dejan de percibirse cuando la retórica antinacionalista se ahorra el esfuerzo de comprender las posiciones del otro. Lo que se desprecia termina por no comprenderse en absoluto, de la de oírse y enquista la propia posición.
Si la calidad de un diálogo dependiera de la cantidad de palabras y pronunciamientos, pierden el tiempo quienes lo reclaman, pues ese diálogo ya existe. No estamos a falta de saber qué quiere ETA, cuál es la postura del Gobierno central, qué piensan los partidos de ámbito estatal y los nacionalistas democráticos. El problema estriba entonces en que no libera cualquier palabra, que no sirven de lugar de encuentro los discursos que crean una realidad opaca. El recurso a la violencia, ¿no nace del miedo a un diálogo claro y abierto? Cuando un Gobierno central apela a la solidaridad para cerrar el traspaso de competencias pendientes, ¿no estará ocultando su sentimiento de que el estatuto fue demasiado lejos? Cuando el PNV insiste en la idea de una negociación final, ¿no alimenta la sospecha de quienes ven en ello una posibilidad de conseguir algo que no cuenta con el respaldo democrático de la sociedad? Urge hablar de todo esto con más transparencia y libertad. Los nacionalistas deberíamos, reconocer que nuestra prueba de fuego radica en construir la sociedad vasca desde el pluralismo. Y los partidos españoles deberían reconocer que su prueba de- fuego radica en la construcción de un Estado que permita la expresión de su realidad plurinacional.
Uno de los mayores desafíos del nacionalismo vasco democrático, en la actualidad, consiste en mantenerse a distancia -en la teoría y en la prácticade las categorías que maneja el, mundo del llamado MLNV. Esta distancia no es fácil de mantener en un escenario móvil y complejo en el que lo que uno hace y dice siempre puede ser interpretado en función de lo que otro hace y dice. En cualquier caso, no contribuye a desenredar la madeja determinada fraseología que se empeña en asociar al nacionalismo vasco con su perversión violenta, que trata de convertir al nacionalismo -sin matices ni distingos-en un término opuesto al de democracia, que expulsa fuera del ámbito de lo razonable cualquier sentimiento de pertenencia a una comunidad- que no coincida con los actuales escenarios políticos, que ya son casi los de ayer.
Estas cifras suelen apuntar una exigencia que compartimos: el nacionalismo vasco debe encontrar una expresión propia en un mundo que ha modificado sustancialmente sus categorías y en una Europa que está desdeñando una nueva articulación de su unidad y sus diferencias. Ahora bien' en este esfuerzo estamos todos, salvo algunos. irredentos que manejan los-conceptos de Euskadi o Es pana como si fueran magnitudes de derecho divino. La incertidumbre frente al futuro que asalta al nacionalismo vasco golpea también a quienes están cómodamente instalados en la configuación actual del Estado español. Todos estamos interpelados por el desafío de la globalización, por la configuración de Europa y los nuevos entra mados políticos. Ocurre que al gunos no se han enterado de que hay que moverse y señalan a otros sin advertir la propia fragilidad. Sería muy interesan te que en ese nuevo diseño estuviéramos todos con la disposición de considerar que nada es intocable, salvo los derechos humanos, y que, por ejemplo, palabras, como la de autodeterminación, que nos arrojamos unos a otros significan algo muy parecido al derecho que cada uno tiene para hacer lo que quiere (viva en el Condado de Treviño, en Zarautz o en Tafalla), que no hay asunto que haya de ponerse a salvo de la discusión, que los marcos políticos deben estar presididos por el principio de respeto al pluralismo, incluso el que vive en el interior de comunidades que al gunos quieren presentar como homogéneas. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si habláramos abierta mente de autodeterminación, de su verdad y de sus falsedades, de sus posibilidades y riesgos?
La realidad humana de la palabra incluye la posibilidad del atrincheramiento, pero también contiene la promesa de crear un espacio de intemperie en que lo dicho deja de estar exclusivamente a disposición de quien habla y pasa a ser de dominio público. En ese espacio abierto, a no hay nadie que se posea completamente a sí mismo. La violencia es precisamente la negación a exponerse al espacio común, el esfuerzo paranoico por seguir poseyéndose a sí mismo, alimentando la ilusión de que el diálogo no es más que ' un instrumento para confirmar el monólogo. Hoy, en Euskadi, todos parecemos habernos contagiado un poco de esa tendencia a construir una imagen deformada del de enfrente para aniquilarlo verbalmente con más facilidad. El hablar ha perdido en buena parte esa dimensión reflexiva y autocrítica; se ha convertido en un parapeto que justifica' nuestros intereses y nos inmuniza frente a cualquier perplejidad. Todos hemos de hacer un esfuerzo para rescatamos a través de la palabra rescatada, para resistir en la palabra, para poder vivir y esperar en estos tiempos difíciles. Porque si no lo hacemos, ¿a qué invitamos a incorporarse a los violentos? Si no nos liberáramos de nuestra propia imagen deformada y autocomplaciente habríamos sucumbido, más o menos conscientemente, a la violencia y a su siniestra, cultura.
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