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Reportaje:

Misterios del subtérraneo

9.000 escolares madrileños visitan cada año las entrañas del metro

"Oiga, señor, ¿este tren tuerce sólo?". El chaval, alumno de 3º de primaria del colegio público Alhambra, frunce el ceño, mira al conductor metro de hito en hito y no acaba de descubrir dónde radica el prodigioso truco de trazar las curvas sin volante. Uno de sus compañeros toma la palabra para forlar, alto y claro, otra pregunta del millón: "¿Se gasta mucho la vía?Abrumado por el aluvión interrogantes, Adolfo Palacios reponsable de relaciones externas de Metro de Madrid, ha de optar su mejor tono didáctico. La máquina se mueve por su cuenta, explica, "gracias al invento más importante de este siglo, el ordenador". "¡Ahhh!", exclaman unísono, aliviados, cuatro pitufos. ¡Si nosotros también tenes uno!".Semejantes diálogos pueden ucharse en la cabina del conctor durante una visita escolar metro y sus entrañas. Vienen ebrándose con asiduidad desde 82 y, aunque los usuarios en geral apenas sepan de su existencia, son materia de codicia entre los colegios de la ciudad: la lista de espera supera, de largo, los 12 meses. Empleados de la compañía explican a los chiquillos -los del martes eran 48, todos de ocho años- las bondades del transporte público y los secretos de la conducción subterránea. Y así, todos los años, con unos 9.000 locos bajitos, como los bautizó Joan Manuel Serrat.

A los rapaces les llama la atención, sobre todo, eso que en el metro llaman sistema de hombre muerto (miradas de reojo, al nombrarlo, al maquinista, que a simple,vista aparenta buena salud), una palanca de seguridad para detener el convoy en caso de que el conductor sufra un desvanecimiento. Afuera, en el vagón, Lola Cañamero, de relaciones externas, entretiene al resto de chavales

con alguna noción histórica. "Los metros circulan por la izquierda porque los inventaron los ingleses, en 1863", relata. Carlos, al que sus fulgurantes ojos color miel le dan aspecto de espabiladillo, cree llegado el momento de la exhibición políglota. "Metro, en inglés, se dice metropolitano", dice muy orgulloso.

Cosas de críos, naturalmente. Como lo de Rocío, medio mosqueada con el periodista porque ¡no tiene micrófono como los de la tele! ", o lo de Jesús, que, llevaba los pelos disparados y se ufanaba ante sus amigos de haber viajado "muchísimo" en metro, "lo menos tres veces". O lo de Joana, ansiosa por contarle a su madre las excelencias "del chisme ése, para acelerar y parar".

Pero, para sinceridad, la de Verónica. "El metro es muy bonito", resumió, "pero, a mí, lo que más me ha gustado han sido las patatas y los gusanitos que nos dieron al final. Es que mis padres sólo me compran cuando es mi cumpleaños, y hace ya tanto de eso...". Y así una tras otra. Historias de inocencia y misterio entre Avenida de América y Las Musas, unos cuantos metros bajo el asfalto.

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