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Entusiastas, abstenerse

Hasta aquí llegaron las aguas en 1957. Así reza la leyenda que acompaña una marca en muchas fachadas de Valencia recordando la riada que desbordó el Turia. España entera se movilizó para prestar ayuda a los damnificados. Poco después, el alcalde de la ciudad, Tomás Trenor, desde el balcón del Ayuntamiento, agradecí la generosidad de todos los compatriotas mientras reconocía que su apoyo continuaba sin llegar, interferido por las burocracias franquistas que hicieron pingües negocios con las necesidades de los valencianos. La dictadura tomó nota y procedió a destituir al alcalde y, de paso, al director del diario Las Provincias, Martí Domínguez Barberá, que se había solidarizado con el citado munícipe. Ahora también convendría hacer otra marca señalando hasta dónde han llegado las hostilidades periodísticas, digitales y civiles al mismo tiempo que se movilizan con toda urgencia las voluntades y los recursos para recuperar la normalidad de la dañada convivencia. Eso sí, intentando que nadie tergiverse esos esfuerzos para que el objetivo de reconciliación y normalidad pueda cumplirse.Se impone la desactivación de los entusiasmos que de modo tan irreflexivo como clamoroso prenden por todas partes. Ha llegado el momento de que cada uno se enfrente al análisis crítico de sus actitudes y opiniones personales cualquiera que sea el ámbito, privado o público, en el que las difunda. Esa es, en resumen, la recomendación de alguno de los más altos responsables, uno de esos que se la juega en estos envites. Porque parece que para la defensa de los colores propios empieza a ser contraindicado el extravincere. Se impone, por decirlo con el lenguaje prestado del fútbol -lugar geométrico de los llamados asuntos de interés general- el desalojo de los ultrasur, incapaces siempre de alterar el resultado del marcador, pero responsables tantas veces de a clausura del campo de juego. Aceptemos que las causas más legítimas se desacreditan por los excesos temperamentales de sus más apasionados defensores. Volvamos a la flema danesa, propia de los ribereños del Báltico, con la que asombramos al mundo durante la transición, precisamente cuando las apuestan iban en favor de un nuevo enfrentamiento pasional de los españoles a la usanza calurosa del Mediterráneo. Para empezar, debe atenderse a la función propia de los instrumentos disponibles. Refería un buen amigo cómo, recién nombrado director de la agencia Efe, fue llamado a su despacho por el presidente, quien, cariacontecido, le confió que el Gobierno se encontraba muy solo y le propuso empezar a distribuir por la línea una serie de editoriales de apoyo. Eran, sin duda, ideas de bombero, enseguida descartadas por impropias. En primer lugar, arguyó , el director, si el Gobierno está solo, que se busque compañía, y, además, presidente, añadió, ya no hace editoriales ni siquiera la agencia soviética Tass, cuya existencia aún se mantuvo algunos años hasta la caída del muro de Berlín. Para reforzar su argumentario insistió después el aludido periodista en la necesidad de respetar la función propia de una agencia sin desnaturalizarla y explicó para qué se utiliza la paellera o el cueceleches y la imposibilidad de intercambiar ambos instrumentos de la batería de cocina. En aquellos años, el esfuerzo de aquel colega se dirigió a lograr que la agencia Efe dejara de ser el servicio doméstico del Gobierno y se instalara en la neutralidad multidireccional al servicio de sus muy diversos abonados hasta ganarse la plena credibilidad.

Ésos son también los deberes de TVE y de RNE y su cumplimiento debe sobreponerse a cualquier género de lealtad de partido. De ahí la estridencia de las agresivas declaraciones del nuevo director general del Ente, Fernando López Amor, y de ahí, también, la impertinencia de intercalar comentarios como el de ayer de Carlos Dávila en el informativo de las 14.00 horas de Radio Nacional. Cuando se ocupa el puesto de mando en Prado del Rey, es obligado encajar las críticas sin revolverse con hostilidad hacia quienes las formulan porque son también ciudadanos atendibles y contribuyentes obligados al presupuesto de RTVE. Pero sucede, como tantas veces, que los niños hablan de lo que oyen en casa y López-Amor, enseguida, se ha puesto en la fila del vicepresidente Álvarez Cascos y del ministro de Fomento, Arias Salgado, empeñados en el delenda est Polanco. Mientras, se recomienda el film Secretos y mentiras, de Mike Leigh, para hacerse una idea en línea con el neorrealismo italiano de posguerra, de lo que queda de la otrora Gran Bretaña después de la pasada de diez años por la señora Margarita Thatcher.

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