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47º FESTIVAL DE BERLÍN

'El paciente inglés' resucita el furor romántico

El británico Anthony Minghella escribió y dirigió el filme, que opta a 12 'oscars'

ENVIADO ESPECIAL La enorme expectación ante la película El paciente inglés no es cosa de ahora (ha sido seleccionada para competir nada menos que por 12 oscars), sino que viene de más atrás, del entusiasmo que despertó, tras encontrar dificultades de producción por la creciente miopía de Hollywood, en su paso por el festival de cine off Hollywood de Sundance. La Berlinale zanjó ayer esa expectación ambiental con una clamorosa acogida. Venció y convenció de forma arrolladora esta resurrección del viejo y dorable furor romántico del cine clásico.

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El paciente inglés es una película de gran vuelo, un vendaval de cine lírico y sentimental desmelenado, pero no obstante sin una sola caída en la imprecisión y la exageración o en un desfallecimiento en el -dificilísimo sostener durante casi cuatro ras, que se hacen cortas por ser esa la duración que el complejo relato requiere- ritmo exterior y, sobre todo, interior, que está lleno de inesperados giros, de zonas de pausa que son seguidas sin transición por zonas de aceleración; de imágenes de adelanto y presagio que luego son enriquecidas o desveladas por otras imágenes complementarias de recuerdo y retroceso en el tiempo, lo que sacude al espectador con un vaivén, y a veces con un zarandeo, emocional de gran estilo, matemático pero suelto e imprevisible.

Minucioso

Todo el curso, a veces cadencioso y a veces trepidante, del filme está medido al milímetro por su escritor y director, el inglés Anthony Minghella, debutante en ambas tareas a los 44 años, avanzada edad que en modo alguno es azarosa si es cierto lo que se cuenta por aquí de que el guión definitivo de la película ha tenido a su escritor atado durante varios años a una pata de su mesa de trabajo. Y es que, con toda evidencia, la minuciosa y férrea elaboración para la pantalla de la novela de Michael Ondaatje, es de las que exige al guionista no sólo quebraderos de cabeza, sino también muchos codos de camisa gastados.La escritura de El paciente inglés le salió a Minghella tan redonda que lo que ocurrió posteriormente con ella no sólo es ejemplar para la plaga de jóvenes aspirantes a cineastas que quieren realizar en un mes lo que han (es un decir) escrito en otro (y así les sale la cosa cuando embaucan a algún productor analfabeto) sino también para entender hasta qué punto llega ese analfabetismo de los productores. Porque esta gran lección de escritura cinematográfica estuvo durante meses sobada por las manos de algunos encumbrados jefes de programación de Hollywood, que debieron visualizar aquel montón de folios con tanta sagacidad que no arriesgaron por él más que una sonrisa de suficiencia perdonavidas a su autor.

Por suerte, estos linces (y en España abunda la especie) no lo compraron pues de haberlo hecho, el trabajo de Minghella hubiera ido a parar a las mismas estanterías del mismo sótano donde hace 10 años Clint Eastwood rescató bajo el polvo acumulado por las décadas la maravilla del guión de Bird, que allí descansaba en la paz de los cementerios de abortos de películas.

Y también por suerte, Saul Zaentz, un productor de los pocos que saben leer guiones, se enamoró de la historia, se empeñó en sacarla adelante y se las ingenio en montar el alarde de inginiería financiera que requería la puesta en marcha de un proyecto de superproducción promovido por un -aunque cuarentón- novato. Hay dentro de esta apasionante película, no una sino muchas películas. Es El paciente inglés una obra de esas que sólo son posibles en las manos y los ojos de quienes se han quemado las pestañas en las cinematecas.

En la pantalla de El paciente inglés encontramos resonancias completamente vivas de antiguos prodigios cinematográficos como Cumbres borrascosas, Jennie, La bella y la bestia, Casablanca, La momia, Peter Ibbetson y muchos más monumentos de lo que los surrealistas llamaron amor loco, combinados con pasajes genéricos de cine de aventura de desierto, de hazaña guerrera, de enigma de espionaje y de subterráneo, de melodrama, de western y de todo lo habido y por haber.

Y lo que en manos de un guionista y un director común sería un batiburrillo de signos visuales amorfo, en El paciente inglés continúan encaramados en las alturas mitológicas de donde proceden y son fundidos y reordenados mágicamente por Minghella y sus prodigiosos actores (destaquemos a Ralpli Fienness y Juliette Binoche), en un ejercicio inolvidable de amor al cine, de pasión por su capacidad de contagio sentimental, pues esta hermosa película enlaza las preguntas humanas de siempre con las respuestas humanas de ahora.

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