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El legado intelectual de Tomás y Valiente

"O ETA o nosotros, espectadores atónitos de sus crímenes, parientes o amigos de alguno de sus cadáveres y posibles víctimas futuras de la muerte que ellos administran. Esta es la verdadera división bipartita, la única dicotomía clara. A partir de esa evidencia, si no se cometen los graves errores tantas veces denunciados como repetidos, si se actúa siempre con la ley en la mano, y si se avanza en el aislamiento político y civil del entorno etarra, como se había hecho años atrás, la paz será posible. De lo contrario, ETA seguirá matando, porque ésa es su única forma de vivir". Quien esto afirmaba, de forma terriblemente lúcida, era Francisco Tomás y Valiente, un gran hombre a quien, hoy hace un año, asesinaron aquellos que, con una tenaz irracionalidad, hacen de la muerte y el dolor una macabra profesión. Su asesinato en la Universidad es exponente claro de esa irracionalidad del terrorismo, que, con cada uno de sus vandálicos actos, algunos muy recientes y todos igualmente injustificados y execrables, pretende atemorizar a los ciudadanos o reavivar viejas e impropias pasiones.El recuerdo de Francisco Tomás y Valiente encarna el rechazo hacia todo lo que condujo a que lo asesinaran en su modesto despacho de profesor universitario. En ese lugar se disponía a examinar a algunos de sus alumnos de historia del derecho, con la responsable ilusión de profesor que dedica toda su atención a esas simples pero importantes tareas, puntual manifestación de un compromiso permanente con la institución universitaria. Y allí se encontraron, fatalmente, esas dos especies de hombre a que se refería Pascal: el justo, que se cree pecador, y el pecador, que se considera justo. Si quienes lo asesinaron pensaron que, además de segar su vida de forma tan injusta como cruel, iban a amedrentar a los universitarios deben saber que con aquel acto de irracionalidad consiguieron lo contrario: unirnos a todos en torno a lo que representa el pensamiento, siempre magistralmente expuesto, de Francisco Tomás y Valiente; es decir, la defensa activa y consciente del Estado de derecho, de la tolerancia, de la convivencia en paz y libertad. Ningún asesino profesional ni quienes se aplican tenazmente a encubrirlos conseguirán torcer nuestra determinación de defender esos valores.

Se dice que no muere quien vive en los corazones de quienes deja tras de sí. El propio Tomás y Valiente afirmaba que "somos memoria de nosotros mismos, de lo que hemos sido y hemos hecho, y tenemos que apoyarnos en el suelo firme de la memoria reflexiva para orientamos en el futuro. Pero al hombre no le basta con su propia memoria de sí, sino que aspira además a ser acogido con benevolencia en la de quienes le conocen y con él conviven. Por eso, el mejor homenaje es siempre el recuerdo". Hablar con Francisco Tomás y Valiente sobre los problemas políticos por los que atravesaba y atraviesa nuestro país, sobre la Universidad y de las dificultades cotidianas o aficiones deportivas comunes, siempre supuso el placer y el honor de recibir una lección magistral llena de rigor y ponderación, envuelta en esas formas suaves tan características en él. Precisamente, la falta de esos valores, su radical negación, fue lo que nos golpearía a todos en su persona. Irracionalidad que él se impuso denunciar en cuantas ocasiones tuvo. Una de ellas, especialmente entrañable para nuestra universidad, fue en el marco de la apertura del curso académico 1993-1994, donde impartió una lúcida y rigurosa lección inaugural. En ella alertaba sobre algunos graves riesgos por los que atraviesa el Estado cuando finaliza este siglo, y muchos sentimos cierto estremecimiento ante la clara disyuntiva frente a la que nos situaba: "Hay que elegir", decía, "entre una ética y una política centradas en la autonomía de los individuos libres, en la libertad y los derechos de los hombres plurales y diversos, en la convicción de que el hombre debe ser tratado siempre como fin y nunca como medio o instrumento y, por otra parte, la tradición nacionalista que construye a la nación o al pueblo como organismos colectivos naturales, dotados de espíritu propio, de caracteres permanentes y diferenciales, de esencias irracionales en cuyo nombré es no sólo lícito, sino obligado sacrificar a los hombres cuya personalidad y derechos desaparecen diluidos en el inasible ser de esos nuevos dioses llamados nación, raza o etnia". Del estremecimiento pasaríamos luego al desconsuelo al constatar, de forma brutal, no sólo la trascendencia de la elección que nos proponía, sino la existencia próxima de sujetos dispuestos a ser el instrumento fatal al servicio de esos nuevos dioses que mencionaba.

Nuestros estudiantes, sus alumnos, responderían a la irracionalidad de la mejor forma en la que Francisco Tomás y Valiente les enseñó. En todos sus comportamientos, en todas sus actitudes, han primado los valores que todos reconocíamos en él: la razón, la palabra como único instrumento de persuasión, el silencio reflexivo, y un gesto que a todos nos impresionaría y que se ha convertido en un grito puro, sus manos blancas dirigidas al cielo, como buscando al profesor. Hoy mismo le recordarán en una concentración silenciosa. Es cierta, una vez más, su afirmación de que "hay un modo de educar que se produce de manera incluso involuntaria en el trato entre profesores y discípulos: aquéllos ofrecen, tanto si son conscientes de ello como si no, su conducta como ejemplo, y con aquélla y con éste, buenos o malos, educan, bien o mal, a sus alumnos". Es evidente, querido profesor, que tu ejemplo ha sido impecable para tus alumnos, quienes, fieles a tu forma de actuar, nos han dado una lección a todos.

Francisco Tomás y Valiente ha de sentirse legítimamente orgulloso porque su pensamiento reposa no sólo en el gesto, sino en la palabra de quienes aprendieron con él. Afirman sus estudiantes que les enseñó a pensar, a cuestionarse el sentido profundo de las cosas; que les permitió participar de su conocimiento, dejándoles aportar ideas y reflexiones. Dicen que era un profesor que amaba enseñar, que notaban cómo disfrutaba dando clases e intentaba siempre despertar su interés y su ilusión. Para ellos, las horas que pasaron junto a él en las aulas corrieron muy deprisa y muchas veces les hubiera gustado continuar escuchándole. Saben que quería transmitirles su coherencia e integridad, que se entregaba en cada una de sus ideas y, detrás de cada una de ellas, estaba su propia forma de sentir la vida. Afirman que nunca renunció a hacerles llegar su amor por la sabiduría. En su presencia, les resultaba fácil tener ganas de aprender y conocer.

Sin duda, los valores y principios que defendió tan rigurosa y tenazmente se encontrarán presentes en la Universidad del futuro. Porque, como él mejor que nadie dijo, "hay que admitir que el saber es indivisible y habría que inventar, si no lo estuviera ya, la institución en que se buscara el saber, en función no de útiles aplicaciones inmediatas, sino por el goce mismo de averiguar algo nuevo y de repensar lo ya sabido, por el saber puro. La Universidad es el lugar institucional donde se investigan saberes básicos, fundamentales".

No hay mejor homenaje a una persona que intentar seguir profundizando con redoblado esfuerzo en los valores que encarna. Ese es nuestro modesto pero sincero homenaje para el profesor Francisco Tomás y Valiente, y nuestra expresión de ánimo para su viuda y sus hijos.

Raúl Villar y Gregorio Tudela son rector y secretario general de la Universidad Autónoma de Madrid, respectivamente.

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