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El nuevo presidente de Ecuador anula las medidas polémicas de Bucaram

Juan Jesús Aznárez

Por fin, un único jefe del Estado en Ecuador. Fabián Alarcón, nuevo presidente interino de un país empobrecido y estafado por administraciones torpes o delincuentes, estrenó su precario Gobierno de transición con la militarización de las aduanas (donde campea la corrupción), la anulación de los despidos de maestros y funcionarios públicos dispuestos por el Ejecutivo anterior (más de 6.000), la revisión de todos los contratos suscritos por la presidencia de Abdalá Bucaram y la próxima derogación de las medidas económicas que desencadenaron las masivas manifestaciones callejeras de la semana pasada. La Embajada española en Quito, entre otras, no asistió a la investidura de Alarcón.

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, Las movilizaciones populares terminaron con la irregular destitución de Bucaram, a quien el Congreso imputó incapacidad mental. "No expulsamos a Bucaram por esquizofrénico o loco, sino por sinvergüenza", se explicaba en el Congreso un diputado de la agrupada oposición.El nuevo gobernante propuso un Gobierno de concertación, comisiones mixtas para acometer la reforma del Estado, una moratoria de la deuda externa y, consciente de la magnitud de su desafío, ha reclamado la ayuda de todos para encaminar al país hacia un futuro menos convulso. "Ya pasó la inestabilidad; ahora viene el trabajo. Que el pueblo nos respalde y nos haga ver los errores. Invoco a Dios para que nos ayude". Alarcón, presidente del Congreso hasta hace días, fue nombrado jefe de Gobierno con el apoyo de 57 diputados de una Cámara de 82 y permanecerá en el cargo hasta el 10 de agosto de 1998, fecha en que asumirá sus funciones el presidente salido de las elecciones generales de la primera mitad de ese año.

No tardó Alarcón en dejar sin efecto el decreto emitido poco antes de su nombramiento por la presidenta temporal saliente, Rosalía Arteaga, quien, sintiéndose despojada de sus derechos constitucionales a la más alta magistratura, había llamado a consulta para ver si contaba con el refrendo de los ecuatorianos. De aceptarse como cierto su acusador discurso de despedida, la mayoría de los políticos nacionales no tiene vergüenza ni decencia. En Ecuador, afirmó, "todo está en venta, hasta los principios y las conciencias".

Dando ejemplo de consecuencia política, Arteaga avisó que de todas formas sigue como vicepresidenta. Acompañará a un presidente cuya legalidad no reconoce y a quien reprochó turbia conducta. La mujer que durante seis meses ocupo ese cargo en el disparatado Ejecutivo de Bucaram renunciará, dijo, si le es adversa una consulta que sabía de imposible convocatoria.

Satisfecha por el derrocamiento del embaucador de Guayaquil, la calle asiste al cambio de Gobierno entre escéptica y esperanzada. "Ojalá haya buenas cosas para los pobres, pero creo que todos los millonarios están detrás de él [Alarcón]. Él, delante, y los demás, detrás", opinaba una vendedora de periódicos. Un acompañante asentía: "Yo lo que quiero es que haya progreso y honradez". Termina por mano militar una crisis cuya esencia resume bien el diputado conservador Heinz Moeller: los odios y las venganzas convirtieron a las Fuerzas Armadas en un organismo de liberación, y no de obediencia como establece la Constitución.

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