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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Clinton, el activista

CUANDO QUEDAN poco más de mil días para el año 2000, y cuando la tan manida globalización es en buena parte también la americanización del planeta, Clinton mira hacia el futuro. En los albores de su segundo y último mandato, Clinton ha cambiado tanto como su país. Se encuentra con una buena situación económica, un equilibrio llevadero entre la Casa Blanca y un Congreso dominado por unos republicanos amainados, y un aparato de política exterior que parece cohesionado. No puede sorprender que se presente a sí mismo como un presidente activista, en el interior y fuera de sus fronteras, ya que considera -como lo ha afirmado en su discurso sobre el estado de la Unión- que "el enemigo de nuestros tiempos es la inacción".Esta aparentemente insultante salud de la economía estadounidense esconde otras realidades, mucho más crudas, en un país de amplias brechas sociales y raciales. Lo que permite al presidente norteamericano prestarles una atención prioritaria, al menos en su enunciado. En el centro de su política, Clinton sitúa ahora la educación, con unos objetivos bien específicos para su mandato: todos los niños de ocho años deben saber leer; los de 12, conectarse a Internet; los de 18, poder ir a la enseñanza superior, y los adultos, ser capaces de seguir aprendiendo. Junto a ello, Clinton anuncia el equilibrio del presupuesto federal, la renovación de la democracia y la culminación de la reforma del sistema de bienestar.

Para todo ello necesita el concurso del Congreso. Probablemente lo obtenga, ya que existe una especie de consenso para gobernar desde el centro. Y si una espada de Damocles pende sobre él por algunos escándalos pendientes de clarificación, otra similar amenaza al speaker de la Cámara, Newt Gingrich, acosado por el mal uso de fondos y, sobre todo, por sus mentiras. La legislatura promete. Pero los segundos mandatos no suelen corresponderse con estas promesas.

Frente al Clinton de cuatro años atrás, el actual aparece más dedicado a la causa exterior, un terreno en el que Estados Unidos se ha quedado como única superpotencia. En este contexto, no sorprende la escasa atención que presta a la integración europea y a su moneda única, proyecto ampliamente criticado en Estados Unidos. Además -lo que no se hace en Europa- avisa a sus compatriotas de que si EE UU quiere seguir mandando tendrá que seguir pagando a unas Fuerzas Armadas sin parangón.

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Como prioridades exteriores, junto al desarme químico y al reembolso de las deudas que tiene con una ONU a la que empuja a reformarse, Clinton sitúa la ampliación de la OTAN, las relaciones con una "Rusia democrática" y el diálogo con una China nada democrática. En resumen, el deseo de seguir mandando no desde la doctrina, sino desde el pragmatismo.

Clinton sigue otorgando una gran importancia a la economía en su política exterior, y dentro de ella, a América Latina. Pero también insiste en su deseo de estar activo para promover la paz desde Irlanda del Norte hasta Oriente Próximo. Sin duda, no le faltarán ocasiones para demostrarlo, directamente o a través de la primera mujer secretaria de Estado, Madeleine Albright.

Este segundo mandato va a ser, sin duda, el de un presidente activista que quiere hacer historia, como Reagan o Roosevelt. El símbolo de una época. La cuestión es si los ciudadanos norteamericanos le van a seguir en este empeño. Pues mientras el presidente se dirigía al Congreso, la gente prestaba mucha más atención a otro acontecimiento: la sentencia del juicio civil contra O. J. Simpson; otra cara de ese país.

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