Cerdos
Mi amigo Manolo acaba de convidarme por séptima vez a la matanza que celebra en su pueblo. Llega la comunicación en hoja larga y estrecha, como de heraldo o pregonero, va ilustrada en tonos sepia y naranja por Rafa, el convecino pintor, rezuma buen humor, con un título que reclama a gritos el soniquete de las antiguas aleluyas: "Jornada jocoso-festiva de la descuartización del marrano realizada con técnica y sapiente manera". El texto puntualiza que "desde las 11.30 correrán en las mesas de la plaza los porrones de vino, las morcillas, los calduchos, chorizos, etcétera". Sigue una luenga enumeración de las preseas que integrarán el banquete interminable, hasta el estallido, y sé que esto debería provocarme un gozo insano y elemental, sobre todo porque Manolito es amigo mío, pero también porque me gusta comer, beber, folgar. Sin embargo, se me plantea la duda cuasihamletiana de todos los años, "to go or not go go, that is the question", y el dilema me produce melancolía, desasosiego. Si decido acudir, arribaré mucho después del sacrificio, y también del descuartizamiento, me perderé los calduchos, las morcillas y chorizos, y el vino, de modo que no llegaré a la comilona lo suficientemente trompa, seré incapaz de integrarme en la general y presunta juerga; le fallaré, en suma, a mi amigo. Si no acudo, será como una traición, sucumbiré al remordimiento. Y ustedes se preguntarán por qué me pongo así de Hamlet y así de tonto, cuando debiera dar zapatetas de gozo. Soy bobo, lo sé y les autorizo a insultarme, pero en ésta, como en todas las farras con holocausto animal incluido, jamás puedo olvidarme de la víctima; hasta echo de menos, en los hiperbólicos discursos de la sobremesa, al menos unas palabritas de condolencia para el mártir de turno. ¡Hombre!, Manolo tiene el atenuante de no haber amamantado el gorrino a sus pechos. Más me embarga el asombro y el espanto cuando, en nuestra propia comunidad, al igual que en Segovia, Ávila, Soria, Asturias, Cantabria, Cataluña, La Rioja, etcétera, o sea en todas partes, le llega su san Martín, que ahora resulta prolongadísimo en el tiempo, al marrano rural. A veces ha sido criado literalmente como uno más de la familia, en casa y al calor de la lareira, cual sucede aún en algunas pallozas de los Ancares. Y resulta que este "mejor amigo del hombre", a quien nadie otorga tal condición, ha venido alimentando consuetudinariamente a todos los campesinos de Europa y por ende a sus respectivos caciques. Resulta que es el animalito más aprovechable de la Tierra toda y uno de los más suculentos, hasta el punto de que allá por Galicia se dice "si os porcos voaran, todos escopeteiros". Y, ya digo, son los pobriños, por la convivencia, hijos, o por lo menos sobrinos, del aldeano. Pero cuando arriba el infausto día de la matanza, el pobre guarro contempla con horror cómo su papi, su mami y demás familia humana, jaleados por amigos y vecinos, se le echan encima con enorme saña y un brillo vesánico en los ojos, le clavan un garfio cruel en la papada y se lo llevan a rastras, chillando, desesperado, destrozado de pavor, dolor e incomprensión, hasta el lugar del martirio, que será largo y ritual "para que esté más rico".Y no se anuncian tiempos mejores para el hermano cerdo. También en Madrid, y en Segovia, y en todas partes, engordan millares de puercos estabulados, condenados de por vida a la inmovilidad, el tedio y muchos horrores. Marranos industriales a los que hay que izar en ascensores al camión que les conduce al matadero, ya que si treparan andando por la rampa, les sobrevendría un infarto. ¿Vendrán tiempos mejores para este infeliz? Me temo lo peor. En nuestro Getafé han "resucitado el ritual típico (o sea, sangriento y gritador) a petición popular", en nuestra Cercedilla la Sociedad de Casados elevó al cochinillo a la categoría de toro, o por lo menos torete, en espectacular corrida, aprovechando la jurisprudencia sentada meses antes por Miraflores, no sé si inventor de la lidia del marranillo, y así sucesivamente. Ahora se nos anuncia ya el nacimiento del cerdo transgénico, futuro donante óptimo de órganos para los humanos, y se nos explica también que serán animales manipulados genéticamente en los laboratorios y "aislados durante generaciones": puedo imaginarme cuán feliz será su existencia. En fin, que somos unos cerdos.
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