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Tribuna:CRÓNICAS: JUAN CRUZ
Tribuna
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El tamaño del dossier

Juan Cruz

Francisco Bergasa, periodista de Radio Exterior de España, fue esta semana a su servicio de documentación en busca del dossier de un intelectual veterano, reconocido y premiado, y se halló con dos hojitas que incluían acaso la biografía casi secreta del personaje que iba a entrevistar; en un cajetín contiguo encontró, sin embargo, la voluminosa consecuencia mediática de la veloz ascensión de otro artista de este tiempo que aún no levanta ni 30 años del suelo.Pasa en la radio, en la prensa escrita, en la televisión. La difusión de la cultura contemporánea se nota en el tamaño de los dossieres, en la capacidad de generar papel, por cualquier cosa, privada o pública, festiva o solemne, que tienen los protagonistas del espectáculo apresurado que nos hemos montado entre todos. Aquel dicterio mediático -"a ése no le conoce ni Dios"- que condenaba al silencio eterno a los que aún no tenían ni las dos páginas del dossier de los humildes sigue vigente entre nosotros; es la vara de medir, el sistema de pesas, el metro iridiado de la vida cultura. El dossier. Es el estímulo de la vanidad el que ha ido engordando los dossieres. Un día un lírico se tropezó en la calle con un crítico y le gritó desde el otro lado: "Hazme una crítica, que ya tengo 39 y con la tuya tendré 40". Hace años, un joven escritor de cuyo nombre no, guardo constancia le preguntó a un viejo maestro en un coloquio: "Maestro, tengo una curiosidad: ¿por qué el personaje principal de uno de sus cuentos se llama como yo?". He visto últimamente que escritores que publican diarios maldicen la escritura del yo, como si su egocentrismo fuera distinto del egocentrismo ajeno, siendo el suyo puro y necesario, esencial para que la sociedad siga marchando, y el ajeno perfectamente deleznable. El yo propio, ese infinito yo que va agrandándose a medida que pasan los acontecimientos del tiempo, es el que luego se refleja también en el tamaño de los dossieres. Mientras éstos crecen y se consolidan, la vida cotidiana refleja cómo se achican otros dossieres; ahora, por ejemplo, hemos sabido que la casa en la que nació Miguel de Unamuno hace 133 años se muere atacada por las termitas de Bilbao. Antes le negaban plazas y calles porque pensaba por otro lado, y ahora sabemos que el monumento chiquito que siempre es una casa natal acaba también carcomido por la dejadez que, como la violencia, es condenable venga de donde venea...

Acaso lo que refleja este dime y direte entre el dossier contemporáneo, ese ego contingente y actual, y la permanencia de lo que nos hizo posible, es la insuficiencia mezquina del contexto cultural en el que vivimos, sometidos a la extrema vulgaridad de nuestros propios apetitos. Acaso si Unamuno hubiera sido lo que no quiso ser, una bandera, un arma de cualquiera de los bandos que ahora tienen enseña, esa mansión carcomida de su pueblo sería un palacio vertical, un museo donde guardar las esencias del dossier. Pero como era un estrafalario anárquico que combatía contra esto y aquello como si fuera siempre un extemporáneo se le condena al exilio hasta en los símbolos modestos de la biografía. No es que las casas importen demasiado, porque ya se sabe que el alma las diluye y al final la casa de los poetas está en cualquier sitio, pero sí inquieta saber que en un país tan lujoso de símbolos se deje caer de vieja y de descuidada la cuna del que una vez dijo lo que había que decir ante los vocingleros de la muerte. Pero, en fin, allí estarán los descuidados engrosando dossieres contemporáneos y dejando que el recuerdo de lo esencial se quede a merced de las termitas.

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