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Tribuna
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La novelista camuflada

Vicente Molina Foix

Llevo años siguiendo a Sophie Calle, que sigue a hombres por la calle y se hace seguir por ellos. La encontré en 1982, pero entonces no vi su rostro, a pesar de lo exhibicionista que ella puede ser. Estaba publicando al final del verano una obra por entregas en Libération, y en medio de las noticias y anuncios diarios me llamó la atención su contenido: la historia de una agenda perdida y encontrada casualmente por Sophie Calle, que antes de devolverla a su dueño la fotocopió, para emprender a continuación una búsqueda de los amigos listados en esas páginas, a quienes fue preguntando datos y rasgos de la persona del dueño de la agenda. Supongo que Sophie Calle, que es maniática y supersticiosa, no quiso desaprovechar el encuentro fortuito de aquella libreta que daba con números telefónicos y direcciones el perfil de una vida desconocida, al modo en que los novelistas que van mirando por el camino, con o sin espejo, suelen fijarse en la figura de una mujer con un fardo que pierde agua o en dos adolescentes llorando sin razón ante una playa, motivos de un arranque narrativo que las leyes de la ficción -y la propia capacidad inventiva- se encargan de llenar de sentimiento y sentido. Sólo que el escritor tomará, como mucho, una nota de esos incidentes al llegar a casa, y Calle, que es más entrometida que mirona, saca fotos, provoca encuentros, roza la piel buscada, colecciona personas extrañas.Aunque Libération (que lleva a cabo de vez en cuando esas maravillosas salidas de tono tenidas en otros medios por "poco periodísticas": reproducir poemas, darle un trozo de todas las páginas de un día de periódico al humorista Copi) publicase aquel verano el Relato de abundante texto de Sophie Calle, en los censos se dice que es artista audiovisual, y hoy cuando entramos en las salas de exposición de La Caixa que muestran su obra (en Madrid hasta fines de enero, en Barcelona desde febrero a abril) lo que vemos son grandes fotos y paneles de distinto color y formato. Ah, pero el visitante que quiera sólo apreciar el grano o la trama de las fotografias y marcharse, con la velocidad del transeúnte de la materia plástica, cometerá un error o saldrá con un fiasco: a Sophie Calle hay que leerla, seguirla en sus intrigas, cerrar y abrir varias veces los libros de imágenes que forman sus novelas de pared, no se me ocurre mejor manera de llamarlas. Por los modelos que la inspiran, por la forma en que la palabra está siempre en el origen de esos proyectos visuales, por su empeño memorialista y la buena prosa de sus relatos, por hacer de ella misma protagonista, víctima, argumento y sujeto de una narración omniciente, la Calle está en el reino de la imaginación verbal y es quizá -sin duda lo es para mí- una

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