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Confesión en clave de morse

Es una pena que todavía no esté traducido al español, pues se trata del documento más completo que sobre la cultura en la revolución cubana se haya escrito hasta hoy. Me estoy refiriendo al libro The evolution of cultural policy in Cuba. From the fall of Batista to the Padilla case, publicado en Suiza en su versión original, esto es, en inglés. Su autor, Roger Reed, estudiante norteamericano en la Universidad de Ginebra (Suiza), tuvo la gentileza de enviármelo cuando sólo era un manuscrito, y su lectura me asombró. En lo referente al caso Padilla, las conclusiones a que llegaba eran sencillamente impactantes. Sobre todo la "confesión" del autor de Fuera del juego en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) la noche del 27 de abril de 1971.Para él, el discurso de Padilla poseía un "doble lenguaje", y lo compara a la presentación ante la prensa internacional del piloto norteamericano Jeremiah Denton, capturado por los vietnamitas durante la guerra en ese país y obligado a "confesar". Denton utilizó las luces que lo enfocaban para transmitir un mensaje. Parpadeando como si aquellas luces lo hirieran, "escribió" en clave de morse: tortura. Para Reed, Padilla hizo algo parecido: también quiso "transmitir" que la "confesión" que iba a hacer no era sincera, que le había sido arrancada por la fuerza, con los crueles métodos empleados por el KGB cubano. Y así, desde el comienzo, Padilla deja entrever que la suya es una autoinculpación impuesta, recalcando precisamente que no lo es: "Yo quiero aclarar que esta reunión, que esta conversación, es una solicitud mía (...). Ustedes saben perfectamente que la Revolución no tiene que imponérsele a nadie". Quería decir exactamente lo contrario: que la "reunión" le había sido impuesta, que la Revolución lo había obligado a celebrarla, y, en consecuencia, todo lo que vendría a seguidas era pura hipocresía.

No sé si físicamente, pero sin duda la tortura había sido utilizada para "ablandar" a Padilla. Por lo menos la psicológica, además de haberlo drogado. Pues cuando tras unas dos semanas de arresto se le permitió verlo a su mujer, Belkis Cuza Malé, el estado en que ella lo encontró era el de alguien que ha perdido el control a causa de las drogas.

No lo estaba, sin embargo -drogado-, la noche de la Uneac, aunque sí inquieto, nervioso, aun asustado, pues desde la mesa donde hablaba miraba a veces a los lados buscando a sus carceleros de Seguridad, a los responsables de su caso, y que eran los que lo habían interrogado en prisión. No obstante, su intervención fue coherente, bien estructurada, como quien la ha pensado con detenimiento- Aunque dijo que quería hablar espontáneamente, sin nada previo, y teatralmente rompió un papel en el que tenía apuntadas algunas notas, lo cierto es que se trataba de un discurso escrito anteriormente y que se había aprendido de memoria, repitiéndolo casi palabra por palabra.

Los guiños -a semejanza de Denton- emitidos por Padilla están en insinuaciones como ésta: "Yo sé, por ejemplo, que esta intervención de esta noche es una generosidad de la Revolución, que yo esta intervención no la merecía". (Éste y los demás subrayados son míos). Parodia el alarde constante de la revolución cubana de ser generosa cuando en verdad es despiadada, implacable. En un párrafo que hay que entender al revés se exculpa ante quienes lo han defendido en el extranjero proclamando, subrepticiamente su real inocencia, lo absurdo de los hechos que le han cargado encima. Dice: "Desconocen, muchos de ellos [sus amigos escritores extranjeros], el hecho de que yo hubiera tenido esas actividades, de que yo hubiese llevado a cabo tales posiciones". Mediante el verbo desconocer está negando las "actividades" que se le imputan, rechazando las "posiciones" que le adjudican.

Vuelve una y otra vez sobre la situación desesperada en que se encuentra, sobre las circunstancias en que se produce su "autocrítica", y es sinceramente patético cuando exclama: "... yo quiero que nadie más sienta la vergüenza que yo he sentido, la tristeza infinita que yo he sentido en estos días". Es decir, quiere evitarles a sus amigos que padezcan la infamia que él ha padecido a manos de la Seguridad. Pero para escamotear esta intención añade enseguida: "...de reflexión constante de mis errores". Evidentemente, insisto, está aludiendo a las vejaciones de todo tipo que ha tenido que sufrir durante su encarcelamiento. Y la palabra "errores" con que termina es todo un escarnio.

Pero el momento en que su lenguaje se hace claro como un cristal, en que alerta transparentemente sobre su situación, sobre las condiciones en que tiene que autoacusarse, es éste: "Esta experiencia ustedes tienen que vivirla", les dice a compañeros suyos que va a involucrar a continuación: Manuel Díaz Martínez, Pablo Armando Fernández, César López, que no han sido encarcelados, que no han pasado por lo que él ha pasado; se lo dice también a la centena de escritores que hay ahí, en el salón de la Uneac, oyéndolo asombrados, estremecidos, pues jamás habían tenido una experiencia similar; y más ambiciosamente se lo dice a los intelectuales de otros países, pues sabe que sus palabras van a ser divulgadas fuera -ya lo están siendo- por las agencias de noticias, en primer término por la cubana Prensa Latina. "Yo no quiero que ustedes la vivan; además, por eso estoy aquí. Pero hay que vivirla, vivirla para sentirla, para poder valorarla, para poder entender lo que yo estoy diciendo aquí". (De nuevo yo pongo el énfasis, porque la intención abierta es de Padilla).

Y donde Padilla lo pone todo, digamos la enfática intención, es en este párrafo con el que está a punto de clausurar su intervención y que por su sarcasmo es paradigmático: "¡Seamos soldados!", pregona. "Esa frase se dice tan comúnmente, ese lugar común que quisiéramos borrar cada vez que escribimos, ¿no? Que seamos soldados de la Revolución, porque los hay. Porque yo los he visto. Esos soldados esforzados, extraordinarios en su tarea, todos los días". Era de vidrio (aunque, paradójicamente, no lo fue para quienes entonces lo escuchábamos) que esos esforzados soldados de la revolución no eran otros que los siniestros agentes de Seguridad a los que a trechos él ha venido mencionando, pese a que -y desliza esta nueva invectiva, produce un nuevo desenmascaramiento- "los compañeros de Seguridad me han pedido que no hable de ellos".

Roger Reed valora de tal modo la intervención de Padilla en la Uneac que para él "puede ser considerada como un hito en la historia de la lucha contra Castro. Fue una gran burla, pues aparentemente Padilla se estaba sometiendo a los deseos de Castro. Sin embargo, le estaba infligiendo una herida de la cual no se recuperaría nunca" (traducción mía).

César Leante es escritor cubano.

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