Islam y ecología
Durante una estancia en Madrid el pasado año para ser investido doctor honoris causa, el pensador alemán Ernest Jünger (101 años de edad) afirmó que este siglo ha sido uno de los más espantosos de la historia, refiriéndose a la próxima centuria como "la época en que regresan los titanes" y manifestando que "vivimos un mal momento para los poetas". Desde sus teutónicas brumas conectaba así con un intelectual vividor mediterráneo, Tahar Ben Jelloun. Un intelectual vividor -nacido en la cultura musulmana pero alejado de ella- es no sólo quien goza de la vida, como en el Mediterráneo se hace, sino quien -al reflexionar sobre ciencia y religión- es capaz de expresarse como el científico paquistaní, Pervez Hoodbhoy: "la ciencia no sustituye a la religión ni constituye un código moral. Provee un marco único para el cálculo y la cuantificación, pero nada sabe acerca de la justicia, la belleza o el sentimiento". Hoodbhoy -discípulo del también físico paquistaní Abdus Salam, recientemente fallecido y único Premio Nobel de la cultura islámica- procura dejar sentado que la religión es " una abdicación razonada y razonable de la razón respecto de aquellas cuestiones fuera del alcance de la ciencia". Y se cura en salud al confesar que no critica la fe islámica "porque la verdadera no se practica en la actualidad en parte alguna". Probablemente se guarda así las espaldas de una posible fatua, amenazador decreto como el que emitió Jomeini condenando a Salman Rushdie a sufrir clandestinidad en los últimos años.Vivimos ya la época de los titanes mencionada por Jünger, así como los malos tiempos para los poetas. A estos últimos se refería Ben Jelloun en 1994 cuando escribía que los integristas persiguen a los escritores porque saben que un creador de ficción introduce la duda y a veces la risa en la fortaleza de la certidumbre. La duda puede pasar, la risa resulta insoportable. Sin embargo, el convencimiento de que hay una sola versión exclusiva de la verdad es algo no sólo común al islam. Lo comparten otras religiones. Lo peligroso surge cuando esa convicción se quiere imponer por la fuerza, en concreto, por la de las armas. 0 cuando se funden religión y política, lo que tampoco es exclusivo del islam. Muchos -no todos- en Israel hacen lo propio. Por cierto, M. Á. Bastenier recordaba recientemente que el primer ministro israelí, Netanyahu -no Peres-, vive rodeado de espléndidas certezas.
Las certezas y los paladines de las supuestas verdades absolutas se dan (aun cuando en unas con mayor intensidad que en otras) en todas las culturas. Por ejemplo, el vicepresidente norteamericano, Al Gore, mostró en la Cumbre de las Américas celebrada este mes en Bolivia su convicción de que "no podemos ser custodios responsables de nuestra libertad si no lo somos también de la tierra, el aire y el agua de nuestro hemisferio". El problema estriba en que en un foro de países con serios problemas de crecimiento, obsesionado por luchar contra la pobreza antes que a favor de la ecología, tal convicción cruje.
De todos modos, no hay convicción más absoluta ni mayor desprecio por la ecología que la difundida la semana pasada por los talibanes, esos extremistas afganos exacerbadores de la muy respetable religión islámica. Su ministro de Información (aunque no por razones ecológicas ha declarado que "respetamos el papel, sea escrito o no". De ahí que hayan prohibido el uso de bolsas de papel (sic) y fomentado las de plástico. Al parecer están convencidos de que en el papel de las bolsas podrían estar escritas algunas palabras coránicas, con lo que, al arrojarlas a la basura, se ofendería al libro sagrado. Cómo serán que hasta el ayatola Jamenei, sucesor de Jomeini, ha declarado que "el mundo no acepta lo que los talibanes están haciendo en nombre del islam". Por cierto, ¿se tratará de titanes o de poetas?
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