_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

IS

Vicente Molina Foix

Como yo estudiaba Filosofía y Letras pensé, en un París vacío del mes de agosto, que la convocatoria de un acto letrista me concernía. Subí a un segundo piso cercano a Châtelet, y en el pasillo oscuro tropecé con un mueble que resultó ser un hombre sentado en un mueble: que avanzara, "avancez!", al fondo a la derecha.Fuimos 15 en el auditorio gratuito, y yo el más joven, aunque no el único extranjero; dos árabes con un bigote estalinista hablaban en árabe a mis espaldas. En la pared había poemas que leías y no entendías, pues los versos estaban hechos de letras repetidas que formaban figuras y no palabras. Apareció el orador: parecía un vagabundo pero llevaba corbata y alfiler de corbata, y al vernos tan sumisos en los asientos dio por sentado que los 15 sabíamos lo que era el Letrismo; pero el acto consistió en no oír ninguna conferencia sino en salir detrás del mendigo a medias y vagabundear en silencio por unas calles que conducían al mercado central de Les Halles. Seis miembros del público aprovecharon la oscuridad parisina para desertar, aunque los árabes persistieron, atusándose el bigote. La noche fue larga, y yo no vi el final. El desharrapado de la corbata nos llevó a un almacén vacío del mercado en cuyo sucio interior dijo que iba a lavarnos el cerebro, limitándose a continuación a abrir los ventanucos que daban a un firmamento de nubarrones. "Vuestro único cielo". A las dos de la mañana, con el estómago vacío pese a las mercancías del vientre de París, no me sentí con fuerzas para la siguiente operación: hacer autoestop hasta Versalles, donde los árboles de la carretera, dijo, nos alumbrarían más que las lámparas del palacio. Sólo años después supe que yo había sido partícipe de una "deriva situacionista".

Lo supe cuando leí uno de los grandes manifiestos del pensamiento libertario del siglo XX, La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, una figura iluminada y trágica que fundó en 1957 la Internacional Situacionista y, tras la disolución del grupo en 1972, mantuvo en solitario su espíritu neosurrealista, neomarxiano, muy marcado también por el precedente letrista, hasta el día en que, desafiando definitivamente al Todo con la Nada, se dio a sí mismo la muerte. La personalidad de Debord y la obra convulsa de los Situacionistas podía conocerse entre nosotros gracias al opúsculo Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, y por el excelente ensayo de Greil Marcus Rastros de carmín (ambos en Anagrama). Ahora, sin embargo, y hasta mitad de enero, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona ofrece una exposición que bajo el título Situacionistas: arte, política, urbanismo rescata de manera completa y sugestiva una página hermosa de la historia de la utopía moderna.

La exposición en sí no es bella, como corresponde a las creaciones de un grupo antiartístico, antiespectacular. Herederos de la épica que ve en el arte un medio para librar batallas de conciencia y servir a una liberación en lo cotidiano, hijos de Lautréamont, de Tzara, de Breton, padres reconocidos de los adoquinistas de mayo del 68 y del punk auténtico, el de los Sex Pistols, los Situacionistas fueron, en sus acciones de "deriva urbana" y détournement (perversión de materiales existentes), en los pasquines y proclamas arquitectónicas, fieles a su consigna "el aburrimiento es siempre contrarrevolucionario", aunque esa osadía lúdica no siempre viaje bien con el tiempo. En el MACBA de Barcelona están los documentos descarados, las maquetas de las megápolis impracticables de Constant, soñadas para desubicar críticamente a los dóciles pobladores de nuestras ciudades, los trabajos en que Asger Jom modificaba con sus irreverentes garabatos cuadros kitsch, o Debord transformaba con un nuevo montaje viejas películas comerciales. Estrategias de desorientación surrealista que apuntan a un futuro político de nuestra realidad, ya que, como señala Giorgio Agamben, en la singularidad situacionista que rechaza toda identidad, toda pertenencia condicionada a la normativa estatal, y sólo quiere ser dueña de su propio ser-en-el-lenguaje, estriba la única libre respuesta pacífica a los tanques-o apisonadoras- del Estado uniforme.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_