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Tribuna
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La antipatía europea

Joaquín Estefanía

Los españoles siempre quisimos estar en la Comunidad Económica Europea y salir del aislamiento franquista, en busca de sus libertades democráticas y del Estado de bienestar construido en la posguerra a través del consenso entre los democristianos y los socialdemócratas. En eso, esencialmente, consistía el modelo europeo. Ahora, diez minutos antes de entrar en otra Europa, la de la unión económica y de la moneda única, hay que renovar el compromiso y encontrar otro pacto político y social.Para España, cuyo primer problema es el altísimo nivel de paro, cualquier estrategia debe pasar por su solución. Por ello es tan conveniente que la reforma del Tratado de la Unión -que se está elaborando para ser aprobada en Amsterdam en junio de 1977- atienda este asunto con prioridad sobre los otros.

La propuesta irlandesa (país que preside ahora la UE) para la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno que se reúne el próximo fin de semana en Dublín, parece que incluirá el empleo como nuevo objetivo de la UE, así como un mecanismo para coordinar las 15 políticas contra el paro. En este documento figura el reconocimiento de derechos sociales como la equiparación salarial de hombres y mujeres y su igualdad de oportunidades en materia de empleo y ocupación, algo también especialmente oportuno en nuestro país, ya que las estadísticas acaban de revelar que las mujeres cobran hoy la mitad que los hombres en el mismo puesto de trabajo.

El texto irlandés habla de perseguir "un alto nivel de empleo" y de una "estrategia común" para hacerlo, lo que supone un prudente giro respecto a reuniones anteriores, tan asépticas cuando analizaban que la creación de puestos de trabajo pertenecía sólo al marco de las políticas internas de los países. No hay unanimidad sobre el problema, puesto que mientras Alemania ha puesto una reserva para no levantar "falsas expectativas", Austria propone "la promoción de un equilibrado reparto del trabajo", la avanzada Dinamarca exige la paridad de los ministros de Economía y los de Trabajo (¡anatema!) y el Reino Unido afirma, sencillamente, que no tiene sentido incorporar el empleo al nuevo Tratado de la Unión porque "el paro no se arregla por decreto".

La agitación de la bandera del empleo es más significativa si se juzga que los técnicos empiezan a anunciar ya, explícitamente, que las posibilidades de reducir el paro serán mínimas en el sistema de tipos de cambio fijos y moneda única. La existencia de un Pacto de Estabilidad, más o menos laxo, como salvaguardia de la convergencia de las economías europeas, supone que las políticas expansivas no serán precisamente aplaudidas dentro de la Unión.

El presidente de Gobierno español, José María Aznar, defendía el pasado jueves, a la salida de la reunión del Partido Popular Europeo, un pacto de estabilidad duro y riguroso que mantenga la contención de las Finanzas públicas cuando se pertenezca al euro.

Con este panorama no debe ser tabú, sino urgente, discutir la necesidad de una reforma laboral en nuestro país. La polémica no está en la reforma en sí misma, sino sobre sus contenidos: políticas de formación, subsidio de desempleo, costes del despido, naturaleza de los contratos. Si las políticas específicas internas -nuestro hecho diferencial más importante es el porcentaje de parados y el número de desempleados de larga duración- no se suman anticipadamente a las iniciativas comunes de la UE, el ajuste en Europa se hará por la vía del empleo y ello colocaría a España en una situación catastrófica. No sería de extrañar, en ese escenario hipotético, que el eurooptimismo de ayer devenga en una antipatía hacia lo europeo, aprovechada por los partidarios del aislamiento.

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