Un Pavarotti en gran forma triunfa con 'Tosca' en el San Carlos de Nápoles
Kabaivanska y Pons, en un reparto de veteranos, inauguran la temporada
Una Tosca con Raina Kabalvanska, Luciano Pavarotti y Juan Pons ha de tener, por fuerza, algo de sagrado, como los ritos de las despedidas, ya que se trata de tres cantantes maduros, más o menos sexagenarios, cuyo arte triunfante en las dos últimas décadas sigue, por desgracia, sin encontrar herederos. El tenor de Módena demostró, no obstante, una forma extraordinaria durante la representación, que inauguró el martes la temporada del San Carlos de Nápoles, en una noche dominada por el gran estilo de la soprano búlgara y la excelente dirección de Daniel Oren.
Fue una velada exquisita e incómoda, como el teatro reconstruido a principios del siglo pasado según la planta del diseñado 100 años antes bajo el reinado napolitano de Carlos III. Con sus cinco pisos de palquitos que excluyen el gallinero, conquista democrática de una revolución industrial que nunca llegó a Nápoles, el San Carlos deja fuera a la gente, que el pasado martes protestaba puño en alto pidiendo trabajo e insultando a los VIP que acudían al estreno. También el pueblo musical se manifestó con tambores y otros instrumentos para denunciar el mal estado de los conservatorios. La costosa representación se desarrollaba, entretanto, con una naturalidad distante de las extravangancias que tienden a rodear las últimas exhibiciones públicas de Pavarotti. Las aventuras del pop y otros rentables juegos tenoriles no han dañado los portentosos recursos de un cantante que, sin duda, marcará época en los anales de la ópera de este siglo.Pese a las dificultades que ha conocido últimamente en el registro agudo, Luciano Pavarotti ofreció el martes una voz cálida y llena de su timbre inconfundible, blanda y limpia para cantar las inflexiones líricas del personaje de Mario Cavaradossi, rotunda de fuerza en los pasajes más veristas y en el heroico si bemol del Victoria, victoria o en los dos si naturales con que Giacomo Puccini corona el personaje. No se puede esperar que, a estas alturas, Pavarotti enseñe algo nuevo. Pero basta que siga cantando como hizo el martes uno de los caballos de batalla de la lírica, que los otros tenores del trío han dejado de abordar hace tiempo -caso de José Carreras- o lo cantan muy raramente -caso de Plácido Domingo-, para que resulte difícil sostener que el tenor de Módena está ya en el ocaso. Y esto es así por mucho que su inexpresividad escénica sea proverbial, que sus problemas para moverse resulten cada vez más serios, hasta el punto de que opte por sentarse en vez de caer al suelo, cuando le toca morir fusilado.
Escasas apariciones
Es verdad que sus apariciones teatrales son cada vez más escasas. Esta Tosca, con cuatro representaciones, será la única ópera que Pavarotti cantará en Italia durante esta temporada. Pero, por otra parte, acaba de debutar en Viena como Andrea Chenier, pese a que sus dotes naturales tiendan más a Bellini y Donizetti que al verismo, y el próximo 15 de febrero volverá a Nueva York para cantar por primera vez el Alvaro de La forza del destino, un papel que Giuseppe Verdi escribió para un tenor que cantaba Puritanos pero que quedó marcado en la historia reciente por las cualidades dramáticas de Mario del Mónaco. El propio Pavarotti sabe que corre un riesgo comparable al que asumió hace dos años, con. escasa fortuna, cantando Otelo.El tiempo ha puesto, en cambio, en situación comprometida la voz central de Raina Kabaivariska, que se mueve en una zona límite dominada por un potente vibrato de medida exacta, pero que llega a enmascarar el timbre. Se trata, sin embargo, de una experiencia límite maravillosa, porque la gran soprano búlgara sigue siendo capaz de expandir sus recursos con una línea de canto extraordinaria que presta a cada frase y a cada pasaje el color y el acento adecuados, hasta comunicar una Tosca de enorme altura histórica, una interpretación comparable a la de Maria Callas, por citar la mejor Tosca que la memoria reciente reconoce.
También los recursos de Juan Pons acusan, aunque en menor medida, el paso del tiempo. Su Scarpia sigue siendo de gran nivel musical y escénico, potente en la escena final del primer acto, y más limitado entre las explosiones orquestales del segundo, pero siempre digno del nutrido coro de bravos que saludó la aparición del barítono español al final del espectáculo.
Daniel Oren logró sacar un gran partido de una orquesta que no tiene fama de disciplinada, dominó su propia tendencia al exceso e impuso a toda la obra una claridad y una tensión modulada que no dejó margen para que Pavarotti se disparara, como suele, con fraseos acelerados. Bien los secundarios y correcta, aunque pobre, la puesta en escena tradicionalista de Filippo Crivelli.
Babelia
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