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Los ciudadanos inteligentes y el PSOE

Intelectuales y periodistas se atribuyen una misión común: velar por la democracia y por el respeto a los derechos de los ciudadanos. Muchos de ellos están completamente embarca dos en esta tarea en los últimos meses. Y para demostrarlo se han propuesto salvarnos del caudillismo, el de Felipe González, y, de paso, renovarnos un partido anquilosado y corrupto, el PSOE. En la citada misión coinciden gentes de muy distinta procedencia: el pensamiento conservador, cierta prensa sensacionalista, y también intelectuales progresistas como Gurutz Jáuregui que nos ha ofrecido dos artículos sobre la cuestión en el último mes (El cansancio del héroe y Democracia y cesarismo, el 11 y 18 de noviembre, respectivamente). Curiosa mente, el discurso de gente tan variopinta coincide en los elementos básicos: 1. Hay que renovar los liderazgos, y muy en particular el de Felipe González. 2. El PSOE es responsable de corrupción y crímenes, y debe pagarlo. 3. No está siendo capaz de hacer una buena oposición. 4. El PSOE ha puesto en peligro la estabilidad de la democracia.Hete aquí, sin embargo, que panorama tan desolador ha tenido una curiosa respuesta entre los ciudadanos. Las últimas encuestas dicen que el PSOE aventaja en intención de voto al PP, y, lo que es todavía más curioso, Felipe González vuelve a ser por enésima vez el líder político mejor valorado. ¿Cómo explicar tan extraño comportamiento de los ciudadanos? Algunos quizá lo expliquen como ya lo hiciera Amando de Miguel en aquel antológico artículo después de las elecciones de marzo, en el que decía que sus encuestas habían fallado (les daban mucha más ventaja al PP) porque, sencillamente, había nueve millones de españoles que eran poco menos que idiotas. Sorprendentemente, esta explicación, convenientemente tamizada dentro de un discurso algo más respetuoso, encuentra acomodo en muchas de las gentes citadas más arriba, incluidos algunos intelectuales.

Pero dado que parece fácilmente demostrable que los votantes del PSOE tienen al menos la misma capacidad intelectual que el resto de votantes españoles, habrá que buscar una explicación más convincente a esa manía que tienen de votar una y otra vez a ese maldito partido y a esa insistente afición por el dichoso Felipe González. Quizá, simplemente, lo que les ocurre a estos ciudadanos es que han hecho una reflexión significativamente distinta a la de los paladines de la renovación del PSOE y de su líder. Como son bastante inteligentes, algunos hasta muy leídos aunque a Amando de Miguel le sorprenda, sus argumentos son muy consistentes y tienen al menos la misma vocación democrática que la de sus oponentes. Veamos algunos.

A estos ciudadanos les parece estupenda la teoría democrática de renovar los liderazgos, de controlar a los líderes y de evitar los caudillismos. Ahora bien, conocen tan bien esa teoría que saben que los que renuevan los liderazgos no son los intelectuales o los periodistas, sino los ciudadanos, y que éstos los renuevan cuando les parece oportuno. Ese momento a veces coincide con el sugerido por la élite intelectual y periodística, pera a veces no. De momento, los votantes del partido socialista insisten en que están encantados con su líder máximo, y todo parece indicar que los militantes socialistas volverán a expresar esa satisfacción en el próximo congreso del partido. ¿Que esta insistencia les rompe los esquemas a los salvaguardas de las purezas democráticas? Pues quizá sea hora de que se enteren de lo pesado e insistente que puede ser el ciudadano en el ejercicio de su derecho democrático de, elegir al líder que le viene en gana.

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Estos ciudadanos también se muestran muy críticos con las responsabilidades socialistas en la corrupción y en el caso GAL. Por eso comprenden que algunos de sus antiguos votantes se hayan ido a la abstención, a IU o al PP en las pasadas elecciones, posibilitando la victoria. de este último. Por eso aceptan su castigo de pasar a la oposición. Por eso respetan la acción de la justicia destinada a clarificar todos los hechos. Ahora bien, también son plenamente conscientes del contexto en el que han ocurrido y se han sabido los hechos anteriores. Han ocurrido en el Contexto de una España heredada por el PSOE justo después de un intento de golpe de Estado, con unas fuerzas policiales provenientes del franquismo, y a las que antes de renovar había que integrar en la democracia. Se han sabido a través de medios de comunicación de inspiración profundamente conservadora en los que era difícil adivinar qué era antes, si el deseo de echar al PSOE de una vez por todas o su sorprendente y novedoso ardor demócrata radical de depuración y transparencia total del poder. Además, las dudas del votante socialista sobre el afán demócrata de sus oponentes no han hecho más que agravarse ante las reacciones que ha provocado la decisión del Supremo de no llamar a Felipe González. ¡Vaya!, tanto clamor para que actúe la justicia y cuando se le ocurre decir que no tiene nada contra el líder socialista, resulta que la justicia ya no es tan justa, ni es igual para todos, ni etcétera.

Pero los votantes socialistas tienen más motivos para la suspicacia. No sólo les descalifican una y otra vez su confianza en Felipe González. Ahora, además, tampoco les gusta la oposición que hacen. La oposición educada, dialogante, analítica, respetuosa y responsable les parece a los críticos aburrida, átona, falta de contenidos, débil. Quizá se habían acostumbrado tanto a la oposición irresponsable, chulesca y bravucona que realizó el actual partido gobernante con los apoyos periodísticos consabidos, que echan de menos el ambiente de insultos y navajazos al que nos estábamos acostumbrando. Es normal, la democracia ejercida de manera responsable es muy, muy aburrida. Los insultos, los abucheos, los pataleos o el periodismo amarillo son mucho más divertidos que la búsqueda del diálogo constructivo, de la argumentación, de las razones, de la estabilidad del país. Y a los socialistas, ¡qué se le va a hacer!, les ha dado por hacer esta oposición.

Pero quizá la acusación más grave que se dirige al partido socialista es la de poner en peligro la estabilidad de la democracia. Sorprende el tremendismo y el tono apocalíptico de gentes como Gurutz Jáuregui, que, en la ausencia de dimisiones en el PSOE por el caso GAL y la corrupción, ven causas de desestabilización de la democracia. ¿Por qué ese pesimismo cuando la democracia española es más fuerte que nunca y cuando el respeto a las reglas democráticas está plenamente asumida por los españoles? Quizá por el problema de fondo que afecta a toda esta historia, a saber, la disparidad que puede mediar en ocasiones entre los análisis de los intelectuales y periodistas, por un lado, y el de los ciudadanos, por otro. El afán de sensacionalismo en algunos casos y el de la pureza en otros puede llevar a los primeros a ver grandes desastres de consecuencias imprevisibles donde los ciudadanos tan sólo ven tareas perfectamente asumibles y superables en el contexto de sus sistemas democráticos. Es más, a veces la disparidad se produce hasta en el plano temporal, y donde los primeros siguen viendo incertidumbres para el futuro, los segundos tan sólo sienten un pasado en trance de superación.

Edurne Uriarte es profesora de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco y autora de Los intelectuales vascos.

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