_
_
_
_
Reportaje:VA DE RETRO

El marqués de Serafín sobrevive en Chueca

El antiguo dibujante de la revista de humor 'La Codorniz' vende sus dibujos por la calle

Gracias a La Codorniz, la mítica revista de humor desaparecida hace más de dos décadas, Serafín Rojo arribó a la aristocracia en 1960 convertido en el marqués de Serafín. Sin afán de titulitis, su pretensión no era otra que satirizar aquella España de los sesenta a través de las pocas vetas que dejaba el régimen, la nobleza. También le movían las más elementales normas de cortesía y buena educación: para despiezar a una clase de rancio abolengo había que poseer su misma alcurnia. "A un aristócrata no le puede criticar cualquiera, sólo alguien de su mismo rango", dice con sorna el dibujante, hoy septuagenario, mientras ayuda a pintar a su nieta Ingrid, una morenaza de ocho años, que insiste en sacarle los duros a las cartas.Serafín, nacido en la calle de Alcalá, estudió periodismo y bellas artes, dos vocaciones que decidió aunar en vista de que ninguna en solitario podía satisfacerle. La pintura, "porque cuando llegó el abstracto me eché para atrás y vomité contra una esquina". El periodismo, porque "nunca quise someterme a aquella prensa dictatorial. Nadie podrá decir que me he sometido al general". La salida lógica era el humor gráfico, donde podía dar cierta rienda suelta a su pluma y hacer meditar siempre con una sonrisa sobre los males del país.

Su primera colaboración la hizo en Jaimito, un tebeo donde ya recreaba en cómic a Tip y Coll. Después pasó a La Codorniz. "Entrar en una revista era entonces fácil. Lo difícil, incomprensiblemente, es ahora. Estamos en una época dorada para la sátira y, sin embargo, no hay revistas de humor". En los sesenta, quizá por aquello de que al mal tiempo buena cara, una docena de publicaciones (La Codorniz, Hermano Lobo, Don José, etcétera) se apilaban en los quioscos para dar un poco de alegría a los españoles. "Además", señala, "portábamos la herencia de Fernández-Flórez, Poncela, Mihura. En España hay una tradición humorística que se remonta al Siglo de Oro".

Bajo el escudo de su marquesado o con su nombre de pila a secas, Serafín vertía lo más punzante de su pluma en aquellas marquesonas descocadas y entradas en carnes que pronto le harían famoso. "Era con lo único con lo que te podías meter porque al régimen le venía bien. Los propios falangistas me animaban a seguir dándole a la aristocracia". Incluso el propio marqués de Villaverde, en la única ocasión que coincidió con el dibujante, le incitó a seguir en la misma línea. "Es la vanidad española", relata Serafín. 'Tos marqueses jamás se enfadaron conmigo porque sencillamente no se veían retratados en mis dibujos. La aristocracia de nuevo cuño pensaba que yo retrataba a los nobles de siempre, carlistones y monárquicos, mientras que éstos veían reflejados a los arribistas, aquellos a los que el título se lo había dado Franco".

El resto de la política estaba vedado al humor. Sólo se admitía una velada crítica a los ayuntamientos y nada más. "Había que luchar mucho contra ese toro corniveleto de la censura. Los peores eran los politicastros y los directores generales. Ésos le sacaban punta a todo y nos obligaban a hacer equilibrios". Aun así, en La Codorniz llovían los multazos. Una de las sanciones más cuantiosas que recuerda fue por un chiste, por supuesto de marquesas, en el que el dibujante recogía la preocupación por la escasez del aceite. "Era una época en la que se empezaba a exportar aceite de oliva en grandes cantidades y empezaron a traer aceite de soja. Al escuchar la radio, una de mis marquesas le decía a la otra: 'No sé si dice que nos van a poner los toros sin aceite, o nos van a dejar a todos sin aceite". Esa viñeta le valió un multazo que pagó Álvaro de la Iglesia, director de la publicación, y unos cuantos gritos de la Dirección General de Prensa. "Si nos quedamos sin aceite", me dijeron chillando, "se queda desde el mismo Caudillo hasta el último pobre del Estado español".

Entre tanto celo y recato, sus marquesas sólo pudieron despechugarse gracias a un truco que, semana tras semana, repetía el dibujante. Mandaba a censura los dibujos a lápiz con las marquesas cubiertas hasta donde indicaba la decencia. En cuanto el censor le daba el visto bueno Serafín metía goma de borrar y destapaba los escotes.

La muerte de la dictadura fue también la muerte de La Codorniz y de gran parte de las revistas de humor de la época. "Se hundió la sátira y el humor gráfico, cuando en buena lógica tendría que haber vivido un fuerte florecimiento".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tras el cierre, Mingote, Chumi-Chúmez, Eduardo, Kalíkatres y Serafín pasaron al suplemento de humor de Abc, El Loro, con la intención de revivir el espíritu de la fenecida revista. Los tres últimos tuvieron una corta colaboración, apenas unos meses, que no le ha dejado buenos recuerdos al dibujante y abrió una brecha en su relación con algunos de sus compañeros. Se acababa de trazar la frontera entre ganadores y perdedores. Los primeros se reciclaron y hoy continúan su colaboración en distintos medios de comunicación. El resto, Serafín, Eduardo, Kalíkatres, sobreviven pasándolas canutas y compartiendo todavía una buena amistad. Eso sí, sin dejar de dibujar. Serafín ve televisión, es lector asiduo de prensa, revistas del corazón incluidas, en las que halla una fuente de inspiración para sus dibujos, que hoy expone en centros culturales, subastas por lotes, o ende con la ayuda e su mujer por el barrio. Chueca se ha convertido en una variopinta sala de exposición para sus trabajos. En muchas tiendas, bares y casas de comidas aparecen colgados algunos de sus dibujos. A veces están a la vena, otras son regalos que Serafín hizo a sus dueños, otras más son un recuerdo de cuentas gastronómicas sin saldar. "Cuando debía dos o tres comidas no me quedaba otro remedio que dejarles un dibujito. Lo malo", e lamenta, "es que también están cerrando todas las tascas que había". El barrio ya no es lo que era: un nido de escritores y artistas que orbitaban todos en torno a las tertulias del Gijón. Tampoco lo es el humor. "Se ha perdido la ironía, que es decir lo contrario de lo que quieres dar a entender. El humor tiene que hacer sonreír y meditar". Ahora la meditación ha dado paso a la imitación. "Antes tenía a un Wenceslao Fernández-Flórez, a un Tono, a un Mihura. Hoy sólo nos queda Chiquito de Ubrique o Los Morancos".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_