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Gran pacto nacional

Cuando la oposición ofrece un pacto al Gobierno para hacer frente a una determinada situación, es que las cosas no van bien; cuando lo que la oposición actual ofrece al actual Gobierno es exactamente lo mismo que ofrecía la oposición de antes al anterior Gobierno, es que las cosas se ponen francamente mal; pero cuando el Gobierno rechaza hoy lo que ayer exigía como oposición y la oposición ofrece ahora lo que entonces rechazaba como Gobierno, es que estamos metidos en un lío fenomenal que alguien, del Gobierno o de la oposición, de antes o de ahora, debería explicar sin pérdida de tiempo.Hace dos años, José María Aznar, líder de la oposición, proponía a Felipe González, presidente del Gobierno gracias al apoyo de CiU, un "gran pacto nacional" sobre la ', articulación definitiva de administraciones, o el papel del Senado, o cuestiones relativas a la participación de las comunidades (autónomas) en asuntos europeos". Gran pacto nacional: las tres palabras que evita hoy el desnortado Gobierno del PP como una trampa tendida por socialistas aviesos eran en octubre de 1994 "una vía que nosotros hemos propuesto ya, pero el Gobierno no ha querido asumirla". No especificaba Aznar por qué razón en el otoño de aquel año era preciso un pacto dé ese tipo, tan grande y tan nacional pero en todo caso cargaba sobre el Gobierno lo

males que se avecinaban por no tomar su oferta en consideración.

El PSOE y sus corifeos defendían, por su parte, los acuerdos con CiU sobre financiación autonómica como una muestra de lo bien que funcionaban las relaciones entre el nacionalismo catalán y el Gobierno central. Era la política, imbécil, que es que no sabes nada de política, te decían. Era negociación y pacto, puro arte, ejemplo vivo de lo que había que hacer en un sistema parlamentario para incorporar a los nacionalismos a la gobernación del Estado. Pero ya entonces no era difícil apreciar que tratándose de pactos que afectaban a la financiación de las Comunidades Autónomas y, por tanto, al Estado, los socialistas abrían uña caja de Pandora sin saber muy bien qué presentes guardaba en su interior. Lo que Pujol percibe hoy como "una primera mejora, muy modesta, aunque conceptualmente importante", comenzó con los socialistas, sin que sonaran en su campo las voces de alarma que hoy se elevan al cielo.

Era la política, desde luego; pero nadie pensaba entonces que, por sus exigencias impersonales, objetivas, la política iba a dejar en tan desairada posición a los políticos, reclamando hoy lo que desdeñaban ayer, si se trata de socialistas, rechazando hoy lo que exigían ayer, si de populares. Se comprende que el escepticismo respecto a los políticos vaya en aumento, pero lo grave es que de tanto hacer política, los políticos comienzan a deteriorar las bases que posibilitan el ejercicio de su noble arte. Cuando se fabricó la Constitución, no era exactamente política lo que se hacía, sino aquello que permitiría hacerla en adelante. Hoy, con tanto arte como se han dado los políticos en la negociación y el pacto de Gobierno, nos encontramos quizá en una tesitura semejante, enfrentados a la exigencia de repensar las bases mismas desde las que es posible hacer política en España.

El problema consiste en que de 20 años a esta parte se ha creado una clase política cuyo principal interés radica en consolidar y ampliar las bases locales o regionales -nacionales, si se quiere, en Cataluña y Euskadi- de su poder,. en repartir dividendos, por decirlo al modo de Pujol. En estas circunstancias, proponer un grandísimo pacto nacional porque el Estado y la nación entera se quiebran, será recibido con el mismo desdén que lucían los socialistas hace dos años cuando algún inveterado pesimista se preguntaba sobre el coste de sus acuerdos con CiU. Es política, imbécil, te dicen ahora. Lo único que ha cambiado es que te lo dicen otros.

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